sábado, 4 de octubre de 2008

El nuevo color

Llegó un ex presidiario español famélico, altamente estresado y un poco trastornado, después de un viaje suicida de meses por el incógnito océano, a un mundo nuevo: La América.

Sus compañeros de viaje permanecían, al igual que él, en una condición similar de opciones reducidas y de una rampante improvisación. Eran marginados de la sociedad, recursos de desecho. Su jefe era un loco del que decían tenía amores con la reina y unas palancas con la realeza, de los cuales consiguió el financiamiento para aquella locura. La playa era bonita, tibia y la arena más fina y limpia. Las mujeres, de un color de piel nuevo, deambulaban curiosas con los senos descubiertos comiendo guanábana.

Pero había trabajo que hacer.

Se trajeron pronto unos negros de las costas occidentales de África. Se decía que aquellos no tenían alma, aunque algunos monjes en España insistían que sí. En realidad nadie sabía. Los trajeron porque los locales de aquí no querían trabajar. Ya habían matado a más de una docena de ellos a latigazos tratando de motivarlos a que colaboraran.

La piel de aquellos negros, en cambio, dolía más y su sangre se veía menos.

Aquel español entendió que tenía, pues, una nueva vida. Había dejado en España un pasado equivocado y ahora se le abrían las puertas de un mejor porvenir. Así que violó a algunas indígenas, otras negras y las embarazó a todas como había de esperarse. Después de todo era un hombre con necesidades como cualquiera.

Aquellas negras parieron solas. También las indígenas. Todas lloraban en sus lenguas la impotencia y el dolor de la vergüenza. Sus hijos llevaban el nuevo color.

Un tiempo después llegó el licenciado Cruz cuarenta y cinco minutos tarde a la reunión. En el ministerio lo respetaban mucho, por sus largos años de experiencia en aquello en lo que él era muy bueno y por su gran habilidad jugando al dominó. Era un hombre astuto y mentalmente muy rápido. Algunos le llamaban doctor también, porque así firmaba los crucigramas incompletos del periódico que dejaba en la sala de espera de su despacho.

Cruz tenía el pelo apretado y oscuro. Se lo cortaba bien cortico para mantener el recio caos capilar bajo control. Era de tez morena con los ojos como los de un gato. Cuando sonreía, se le veían las dos muelas que perdió cuando joven por comer alfondoque caliente. Su madre era una indígena analfabeta del sur del país y a su padre nunca lo conoció. Sólo obtuvo de él el castizo apellido que hoy lleva.

Dicen que Cruz una vez cerró un acuerdo multimillonario con unos ingleses, para una explotación de unos hidrocarburos en el occidente del país, sin hablar ni una palabra de inglés.

La hija de Cruz, Yolanda, es una bella mulata de veinticuatro años que acaba de graduarse de administración de empresas del único instituto que la aceptó. Cruz se había divorciado de la madre de Yolanda cuando esta tenía 5 años. Le dijeron a Yolanda que por puta. A ella no le gustaba esa versión.

Yolanda había tenido un incidente cinco años atrás con Gilberto que la engañó. Gilberto era profesor de educación física en un liceo y no tenía planes de sabotear su futuro. Prefirió irse. Entonces Cruz tuvo que mover unos contactos para que a su hija no se le desgraciara la vida. Después de la dolorosa intervención, Yolanda nunca pudo hablar con su papá de la misma forma.

Un día hacía ella la cola para tramitar un pasaporte Español. Quería irse a otro país a conocer y a estudiar “algo”. Alguien le dijo que por su árbol genealógico, tenía derecho a una nacionalidad Española, que averiguara. Pero en el consulado le informaron: “Sólo con el registro de nacimiento original de su tátara tatarabuelo Español, podemos aceptar su solicitud de nacionalidad”. Yolanda respiró hondo.

Por David Cerqueiro


Publicado en El Universal el 24 de marzo de 2009 >>> http://www.eluniversal.com/2009/03/24/opi_art_el-nuevo-color_24A2265287.shtml