sábado, 26 de septiembre de 2009

Yo no hablo con artistas

Aristóteles dio a entender que el Arte es de las actividades del pensamiento humano la más importante.

Es a través del Arte, que la percepción que el hombre tiene de sí mismo en relación con su entorno, se perpetúa en el tiempo para trascender lo inmediato. Y es a través de la actividad artística que se representa una civilización y se llega a conocerla. De ahí el carácter sublime del Arte cuya responsabilidad recae sobre los artistas.

Lamentablemente, hasta el día hoy no he tenido el placer de conocer al primero de ellos.

Aunque he conocido músicos, pintores, escritores, fotógrafos y cineastas, he conversado con bailarines, con poetas, con actores y con cantantes y también he podido interactuar con ilusionistas, contadores de historias y diseñadores que defendían a capa y espada su profesión artística, en ninguno de ellos pude ver el Arte del que Aristóteles hablaba.

Lo que si he visto, y en demasía, fue una gigantesca obsesión por la atención, una insaciable sed por validar el ego a través del reconocimiento y una incansable y casi romántica voluntad por alcanzar la fortuna. Pero no puedo culpar a nadie de nada.

Porque desde el momento en que el artista utiliza su Arte para subsistir, este pasa a convertirse en un producto o un servicio. Naturalmente. Pero es a partir de ahí cuando la nobleza aristotélica del discurso artístico pasa a un segundo plano. Lo trascendente se subyuga ante la morosidad de la renta del apartamento que se alquila en la zona mala de la ciudad.

De esta manera, el artista se convierte entonces en un mercader de su Arte. Su relación con el mundo y con los otros “artistas”, deja de ser una relación verdadera y se convierte en un desahuciado intercambio de contactos profesionales e información relevante en pro de mantener un soporte para la actividad profesional. Así, indudablemente una re-priorización de las necesidades ocurre en la mente del “artista” y por ende un inevitable ajuste.

Este ajuste lo he visto reflejado en frases de “artistas” que conozco, que aunque profesadas de manera casual en el contexto de una conversación cotidiana, siempre mostraron la realidad de tal ajuste:

“Estoy escribiendo más canciones pop. A final de cuentas eso es lo que vende” Esta frase la escuché de la boca de un músico que conocí por su ahínco en romper con los moldes establecidos de la música popular. “Lo que importa es la calidad de la imagen.”, la escuché de un colega cineasta quien destinó la mayoría de su presupuesto para alquilar una cámara de alta resolución. Los actores, el guión y el contenido eran totalmente secundarios en su producción. Como estas frases he escuchado cientas.

Entonces, el producto resultante de la actividad profesional de estos individuos no puede llamarse Arte. Y con este juicio no puedo ser flexible ni condescendiente.

Porque, si nos aferramos a la definición aristotélica, sin duda el cuadro de mi vecino, que ganó un segundo premio en una exhibición de pintura, porque dos de los jueces habían estudiado con él y porque utilizó técnicas que están de moda, no va a trascender un carajo. Entonces mi vecino ya no es un artista, pasa automáticamente a ser una sanguijuela de la industria del arte y el entretenimiento. Y aunque no es mi intención afincarme en adjetivaciones aparentemente peyorativas, la lógica inmanente en lo antes mencionado no puede ser negada simplemente por gentilismos: Mi vecino es una prostituta del arte.

Una vez enfrentado este hecho, por demás deprimente y espeluznante, queda preguntar lo evidente: ¿Dónde está entonces el Arte y quiénes son los artistas?

Si la definición de Arte, aparte de la postura aristotélica, incluye la expresión proveniente del mundo interior del hombre, sin ajustes convenientes y sin expectativa de la reciprocidad de una audiencia, entonces cualquiera que de manera genuina se dedique a silbar improvisadamente una melodía en el tráfico de la autopista, o cualquiera que dibuje un garabato en la esquina de un periódico mientras espera su turno en el dentista, es un artista.

Y estos fútiles artistas a pesar de producir tal fenómeno de expresión pura, no están conscientes de ello porque tienen el ego, y toda la amplia gama de sus necesidades, involucrado en algo más mundano que no se relaciona con el Arte y por ende no lo contaminan, que se ganan la vida con un oficio concreto que produce un resultado medible y cuantificable y por eso no pretenden determinar la forma, el alcance o la esencia del objeto artístico a través de necesidades económicas o sociales.

Artistas son entonces, aquellos que de manera ingenua alcanzan una conexión interna con su entorno y la expresan a su gusto por el simple hecho de hacerlo y que no esperan nada a cambio. Serían aquellos que logran relacionarse con todos, al menos a través de la expresión artística, sin necesidad de hablar con un vocabulario extraño, vestirse con ropas irreverentes y adoptar una actitud elitista y foránea para aumentar el aura de especialidad que se espera de alguien que supuestamente conecta con un plano tan intangible como el del Arte. En otras palabras, artistas serían aquellos que no pretenden serlo.

Y el arte sería entonces, sencillamente aquello que brota de manera espontánea de dentro del individuo, que refleja su universo interno, que cuando es percibido por el otro transmite aquello que es indefinible, que no tiene nombre y que mucho menos tiene precio. Pero que sin duda alguna trascenderá el tiempo y el espacio para que aquel individuo sea entendido y por último reafirmado como humano.


por David Cerqueiro