martes, 23 de febrero de 2010

El jardín del vecino

¿Qué hace la gente con sus vidas después que le da la vuelta al mundo? Porque alguien que tiene la motivación de recorrer el mundo entero, y lo hace, es alguien que ambiciona experimentar y aprender cosas nuevas, y por alguna razón piensa que al final de todo eso hay algo más que vale el esfuerzo.

Si no ¿por qué se plantea recorrer todo el mundo? ¿por qué no le bastan, por ejemplo, solo tres cuartos del mismo? ¿por qué esa ansiedad de poseer la totalidad? Sin duda este tipo de gente debe sentirse un poco idiota después del viaje.

"El jardín del vecino siempre es más verde", dice un antiguo refrán judío. Y no solo el jardín, sino que su mujer está más buena, sus hijos son más simpáticos e inteligentes y su carro más nuevo. En resumen: el vecino es más feliz. Al menos eso le parece a la mayoría de la gente, y de esta incómoda sensación se desprende la aparentemente natural respuesta de querer más. Más y mejor.

En este "querer más" va incluida la necesidad inexecrable de lo nuevo. Porque lo nuevo estimula y fascina más que lo usual, que lo familiar que nuestra amoldada mente convierte en algo monótono, rutinario y ultimadamente muerto. No solo queremos más sino también tiene que ser novedoso. Con el tiempo, esta idea se convierte en una mentalidad y esta, a su vez con más tiempo, produce en sus complejas estructuras ciertos patrones de ambición, necesidades e intereses. Estos automáticamente se reflejan en comportamientos que llevan a cierta gente a cometer estupideces tales como planear en una agencia de viajes un crucero alrededor del mundo sabe Dios para qué.

Entonces ¿después de dicho viaje qué ocurre? Dicen que los astronautas después de que fueron a la Luna por pirmera vez, se someterieron a rigorosos tratamientos sicológicos para restablecer su "desinterés por la vida". Porque claro, alguién que se mató estudiando alguna ingenieria por varios años y después realizó estudios de post grado y doctorados, todos con una altísima excelencia académica de esfuerzo y tesón y mantuvo su estado físico y mental a raya por décadas para ser incluído, finalmente, en el ultra exclusivo grupo de los que van a la Luna, despues de ir allá para traer piedras y un poco de tierrita, debe sentirse como el niño al que le dicen que su tío Jaime, el alcohólico, es el Santa Claus de todos los años.

Al menos los astronautas tienen el consuelo de que el universo aparentemente es infinito, y a su ambiciosa percepción de la vida ahora es que le queda rato para saciarse y volver a comenzar. Como es usual con la ambición. Pero a los que, con aquella mentalidad, van a Asia y regresan después de tres meses, ahora estoy más que convencido, les debe quedar por dentro esa vocecita atorrante y amarga que les pegunta seiscientas veces al día: ¿cómo estará el vecino?

por David Cerqueiro






martes, 2 de febrero de 2010

51 días para Anabella

Te cuentan las horas y te cuentan las medias,

te crían con Samba y te acurrucan con Metal.

Tus padres cariocas te leerán novelas,

a veces en Brasileiro, a veces en German.


Porque vendrás a tierras heladas

donde no hay ni pandeiro ni Ipanema

y tu primera palabra

tal vez sea wetter.


Pero no importa preciosa

así vengas de sorpresa,

a esta extraña tierra

de personas inmensas,

el amor que te espera

no tendrá mesura

y tampoco tendrá lengua.


Porque tu madre solo anhela

viendo la nieve en la janela,

que se terminen los días

para que llegues dulce Anabella.


a Dago y Cinthia

por David Cerqueiro