lunes, 31 de mayo de 2010

Oda daltoniana

Roja es la manzana que engulliste golosa, mujer, y por eso roja es la alarma que brota cada veintiocho días de ti para recordarte que el tiempo no te pasa en vano. O al menos eso nos dijeron. Rojos eran tus labios que manchaban etílicos el cuello de mi primera camisa, mientras me besabas atorada y encendida en un arrebato hormonal adolescente. Rojo es el capote con el que se asusta al toro y roja es la arena después de que este, después de darlo todo, es mutilado por el vino, rojo también, del paso doble ocioso.

Roja es la marea que nos enseña, que en este mundo la misma mano que nos alimenta es la misma que nos asfixia, así como roja es la aurora que se levanta soberbia sobre el espacio nórdico y nos dibuja los límites de nuestro cielo. Roja es la piel de los indios que matamos y después ridiculizamos en nuestros libros de historia, así como roja es la atmósfera del planeta que soñamos un día vendrá a modernizarnos, con la esperanza de no correr la misma suerte de nuestros colonizados.

Roja es la camisa de aquellos que pretendieron organizar al hombre, pero que no pudieron evitar a la vez limitarlo. Roja es la zona donde se alquila a diario el cariño de las mujeres flexibles y de autoestima remendada, así como roja es la luz que esconde las abolladuras de su desengaño. Pero también rojo es el traje de los obispos que desde su atrio condenan miedosos aquella rojez, mientras de negro la visitan sedientos cuando cae la noche.

Rojo es el diablo y su infierno los cuales creamos para describir lo más oscuro de nosotros mismos y rojo es el falso amor, que venden en las tarjetas de cumpleaños con corazones inflados, y de las cuales solo importa el dinero que adentro traigan.

Al menos que por una falta mía, todos estos en realidad verdes sean.


por David Cerqueiro R.

domingo, 30 de mayo de 2010

Mi equipo

No solo son el hombre y su mundo absurdamente insignificantes ante la vastedad del abrumador infinito que es el universo. No solo toda nuestra historia como humanidad, de procesos milenarios de evolución, de guerras, cataclismos y hallazgos, es equivalente a una fracción de la estela de la nada, en comparación con aquella parte del universo, minúscula aun sin embargo, que decimos conocer desde nuestra estúpida y primitiva sensorialidad y arcaica tridimensionalidad.

No solo nuestras mentes más inquietas y más poderosas se auto-aniquilan de facto, ante la mera idea de explorar la noción de la vastedad del imperio total de la naturaleza, en un derrumbe instantáneo y absoluto que no hace más que recalcar lo casi inexistentes que somos, lo ridículos y lo increíblemente innecesarios; incluso en la más micro de las medidas.

Sino, que aunada a esta aparente condena cósmica insistimos, con ahínco y con el poco albedrío autónomo que nos salpicó la creación, en fragmentar en pedazos, increíblemente más pequeños y proporcionalmente más absurdos, nuestra irrisoria especie.

Fabricamos telas de fibras de nuestra tierra, para después teñirlas con los colores del espectro de la misma luz que respira en la bronquia del padre universo y les llamamos banderas. Que porque ondean algunos metros más altas que nuestras cabezas, al golpe del viento de nuestra atmósfera, alimentan la destructiva alucinación generacional de que realmente representan algo.

Nos agrupamos en racimos casi bacteriales que llamamos culturas y de ahí pretendemos fomentar un orgullo excluyente y fragmentario, que no es más que la ilusoria impresión bioquímica de un basiquísimo y supra limitado mecanismo egóico que llamamos mente. Y aunque parezca aún más increíble, dentro de tales racimos creamos más sub grupos, los cuales niegan su pertenencia a cualquier otra cosa que no sean ellos mismos. Intentamos clasificar tales racimos por sus características obvias, como su color, forma y orígen, y cuando estas clasificaciones caducan desde la perspectiva del maleable tiempo, ya sea por sus naturales mutaciones o fusiones con otros racimos, preferimos destruirlos a todos y creamos lo que llamamos guerra. Porque no solo es nuestra actitud ante el infinito sicótica y venenósamente artificial, sino que además es inflexible, aislatoria e implosiva.

Así existimos, si a la pasajera presencia de tal irreducible escala se le puede dignificar con este término, en un tímido chispazo de luz tenue que delimita en sus extremos con inescrutable ceniza y, sin embargo, pretendemos durante ese brevísimo período, capturar y dominar el todo del que ni siquiera comprendemos cómo o por qué es que nos contiene.

Y a pesar de todo esto, un buen amigo se me acerca confiado, bajo la sensación de coherencia que le da su percepción de las cosas y con una ligereza casi conmovedora me pregunta: ¿A qué equipo le vas en este mundial de fútbol?


por David Cerqueiro

lunes, 10 de mayo de 2010

Mil heridas

Nena, cuando te hago llorar no eres tú la que llora, soy yo el que solloza a través de ti. Porque cada palabra mía que provoca tu llanto, es otra vieja espina más que tú logras sacarme. Porque es en tus lágrimas que veo cuán sucias son mis heridas, y es con tus lágrimas también que las limpio. Y todo gracias a ti.

Y, aunque por tu marea terca de querer entenderme, es que tus ojos ya casi oxidan, no descanses mi nena querida, ni te me seques de repente; que es tu dulce paciencia la mejor prueba de que por cada beso tuyo, valen la pena mil heridas de las mías.


por David Cerqueiro

sábado, 8 de mayo de 2010

Si yo fuera presidente

Si yo fuera presidente de Venezuela,
si el destino diera tal vuelco a la necedad,
juro que no me temblaría el pulso
para decir clarita la verdad.

Si me dieran a mí ese honor,
donde se ha sentado tanto héroe
y donde se ha reclinado tanto malechor,
juro que no dudaría un segundo
de dejar para el final lo mejor.

Mi voz sería propagada
por la radio y la televisión
y mi cara retratada
con sonrisota de estafador,
y mis trajes y mi ropa
ya no serían de algodón,
sino de fino lino
del que se compra en el exterior.

Sería todo muy confuso
y todos esperarían de mí
que proclame alguna ley
o que decrete algún festín,
para que todos en sus casas
puedan a sus hijos decir,
con tranquilidad en el rostro
qué bien se vive con David.

Pero juro que no dudara
una vez montado todo el tarantín,
de convocar todos los micrófonos,
todo periódico y pasquín,
para dejar bien clarito
en español claro y audible
que en Venezuela todo remedio
ya resulta inservible.

Porque la enfermedad que nos azota
desde hace más de tres siglos
no tiene nombre de campaña,
ni bandera ni partido,
porque así traigamos al chivúo
a encargarse de este lío
estoy seguro que otra cruz
alzaríamos con brío.

Y cerrara mi discurso,
el único de mi período,
con una fresca invitación
a todo el que paró su oído,
mientras dejo en el suelo el paltó que me han medido:

Me voy a mi casa a seguir trabajando,
a escurrirme la desidia y a no seguir peleando;
a ahorrar para el futuro y a no beberme el aguinaldo
y a respetar las luces y a darle al otro el paso.

Me voy a donde mi novia que tiene tez trigueña,
que tiene una hermana rubia y tiene una prima negra;
a pagar los impuestos y a no botar basura,
y a prender la luz de mi casa
que hace rato que está oscura.

A educarme primero para crecer después,
y arreglar los valores que dejé al revés;
a respetarme a mí mismo y a creer en usted
y comenzar a tratarnos como gente de pie.

Porque si los que me escucharan
entre tanta politiquería,
hicieran lo mismo así sea una vez al día,
nos dieramos cuenta aunque a regañadientes,
que en este país,
lo menos que hace falta
es que venga otro presidente.

por David Cerqueiro

publicado en el diario El Universal el 13 de mayo de 2010: http://www.eluniversal.com/2010/05/13/opi_art_si-yo-fuera-presiden_13A3877405.shtml