lunes, 19 de diciembre de 2011

Captura


Normalmente a Maykel Manuel no le importa atracar a nadie donde sea, a la hora que sea. Pero esa mañana algo extraño ocurría que lo mantuvo muy pensativo sobre su usual actividad delictiva. 

Como de costumbre lo importante era mantenerse en movimiento, no mirar a nadie fijamente a los ojos y siempre con las manos abajo. Evitar movimientos bruscos y estar siempre alerta a todos los detalles. Porque nunca se sabe cuando es que aparece la oportunidad para “entrompar”. 

La ciudad estaba calurosa y húmeda y el gentío estaba particularmente alborotado ese día. La basura de hace una semana se arrumbaba en las aceras de concreto roto, y el olor de esta se colaba hasta los mostradores de los comercios vecinos, a quienes parecía no importarle mucho. 

A Maykel nada lo distraía cuando salía a trabajar. Ni el intolerable ruido de los carros, ni el calor, ni la basura. Más bien todo esto lo ayudaba a enfocarse en su tarea. Después de todo lo único que conocía Maykel era la calle. 

Por fin apareció uno. Un carajito catirito con cara de sifrino, con una cámara de fotos de esas grandes que le colgaba del cuello. ¡Semejante pendejo! Con esa camarota tan boleta, lo que está es rogando que lo robe. -Pensaba Maykel-. 

El ingenuo fotógrafo observaba con curiosidad los detalles de la arruinada pero valiosa arquitectura del centro histórico de la ciudad. Se detenía evidente en algunas esquinas y fotografiaba cosas aparentemente sin interés alguno. Era obvio que no era de la zona y que no conocía el riesgo al que se exponía. 

¿Qué estará foteando la bruja esta? – reflexionaba Maykel- Ahora sí no lo perdono. 

Con la agilidad y la ligereza de un gato, cruzó Maykel la congestionada calle y siempre dentro del punto ciego de la retaguardia de su víctima. Mientras más lo observaba, a Maykel le intrigaba lo fácil que parecía ser aquella oportunidad, pero más aún, le comenzaba a intrigar lo que hacía aquel imprudente fotógrafo. ¿Qué sería lo que tanto le interesaba? ¿Cómo es posible que se exponga de esa manera, en una zona tan peligrosa, solo por tomar fotos de un contenedor de basura? ¿Será que se está burlando de mí? – Seguía reflexionando Maykel-. 

Al doblar en una de las empinadas esquinas, fue que Maykel escogió el momento de enfrentar a la inevitable presa. ¡Dame la cámara o te mato ya mismo! –Amenazó intimidante Maykel, mientras se levantaba la franela y dejaba ver la cacha de una pistola dentro de sus pantalones dos tallas más grande-. 

El fotógrafo aterrorizado, se quitó la cámara que le colgaba del cuello y se la entregó temblando. ¡Y dame la cartera también! – Remató Maykel. 

El pobre fotógrafo no tenía palabras y no supo sino obedecer a aquel despojo sistematizado. 

¿Y qué es lo que estás fotoeando tú por aquí payaso? – Preguntó Maykel altanero. Algo que nunca hacía con sus víctimas. 

El fotógrafo confuso no respondía y solo pudo hablar cuando Maykel le mostró insistente la cacha de su arma. 

Son para una exhibición de fotografía. –Respondió temeroso el fotógrafo-. 

¿Y que vas a exhibí tú, si aquí lo que hay es mierda?- Dialogó extrañamente Maykel-. 

Hago un trabajo sobre fotografía urbana. Y esta zona tiene mucho contenido visual. Si en algún lugar hay para hacer fotos buenas del tema, es aquí. – Completó el fotógrafo-. 

Maykel pausó por un momento. Se aseguró paranóico que nadie los veía y le preguntó al fotógrafo: No es que a mí me importe un carajo lo que tú hagas, pero ¿si yo quisiera hacé fotos yo mismo, cómo es que hay que hacé? 

El fotógrafo controló el miedo que tenía, respiro hondo y ya un poco más compuesto explicó tímido: Las cosas del día a día, son las más valiosas para fotografiar, porque en ellas está la historia de la gente, el paso del tiempo y sus circunstancias. Un camión viejo, por ejemplo, si lo ves con detenimiento, te das cuenta de toda la historia que tiene consigo. Eso es lo que yo trato de capturar. Si tú quieres, puedes hacerlo también. 

Maykel retrocedió desconfiado cuando escuchó al fotógrafo hablar de esa manera. Volvió a chequear si alguien los observaba y se movía nervioso. Era evidente que Maykel quería seguir hablando sobre eso de la historia de las cosas y de capturar a no sé quién. 

El fotógrafo al reconocer esto continuó: Escúchame, vamos hacer lo siguiente: Yo te regalo esa cámara para que tomes tú fotos, si así lo quieres. Te prometo que no le diré a nadie lo que pasó. 

Bueno esta cámara es mía ya. A mí tú no me estás regalando nada – Replicó defensivo Maykel-. El fotógrafo permaneció en silencio. Maykel titubeó por unos instantes y de repente le tiró la cartera que la había quitado al fotógrafo contra el pecho. 

No vuelvas a vení por aquí así, que otro viene y te mata por menos de esto – Agregó antes de salir corriendo-. 

Horas más tardes, se encontraba Maykel lejos del centro sentado en el banco de un centro comercial. Pensaba sobre lo que había dicho aquel fotógrafo de las cosas del día a día. Le impresionaba que alguien pudiera interesarle de esa manera la sucia calle. Observaba la cámara que le habían “regalado” y meditaba sobre su vida. Imaginaba cómo podía él ser un fotógrafo famoso, rodeado de modelos y saliendo en revistas populares. “Maykel captura el día a día como nadie” -Imaginaba de titular de una revista sobre una foto suya-. 

La tarde caía y el calor comenzaba a menguar. El pululante tráfico ya disminuía su perenne escándalo y la calma se asomaba paulatina por la ciudad. 

Maykel pensó que aquel fotógrafo era buena gente después de todo y pensó que no todos merecen ser robados violentamente. Que tal vez la culpa no sea de la gente como él y que tal vez se podía hacer otra cosa. Algo nuevo. Aunque Maykel no estaba seguro de qué. 

En ese instante, venía caminando hacia él una hermosa chica hablando por su teléfono móvil y contoneando su bella figura. Tenía aspecto de extranjera y su cabellera era de amplios bucles rubios. Una princesa imposible pensó Maykel. Mientras más se acercaba ella, más la detallaba Maykel y más bella aparecía. 

La hermosa chica conversaba agitada con el que parecía ser su novio. Y al pasar indiferente frente al banco de Maykel recalcaba ella dentro de su conversación telefónica: Ay menos mal que le regalaste la camarucha al mono ese. No puedo creer que se haya creído ese cuento de hacer fotos él mismo. Eres un genio amor -Y siguió caminando ella por donde venía-. 

Maykel se levantó silencioso y dejó la cámara en la basurera que estaba cerca al banco mientras se iba a su casa. 

Porque mañana había que trabajar. 



por David Cerqueiro R. 


Publicado en el diario El Universal el día 26 de diciembre de 2011: http://www.eluniversal.com/opinion/111226/captura

domingo, 27 de noviembre de 2011

Quemado


El papel, como la luz, es blanco porque todo lo contiene.

Las letras que con él se acuestan, lo fragmentan y lo interrumpen para cambiarlo para siempre. Y las palabras que inevitablemente arrumba con el tiempo, lo manchan de caminos chuecos a lugares que existen en otra parte.

Al papel blanco nadie lo soporta porque, como con la luz, tanta verdad encandila. Por eso lo marcan y lo hieren, con tinta indeleble o con teclas cobardes que ni lo rozan, para difuminar la atorrancia de su bestial franqueza. 

También es, como la luz, más rápido que nada. Si tratan de alcanzarlo verán que cuando van, él ya vino calladito para verlos partir. Y el papel no se acumula, como la luz también. Solo redunda sobre sí mismo porque su blanco ya blanco es.

Por eso hay que tener cojones para mirar de frente al papel y, aun sabiendo perfectamente que no tenemos la razón, cercenarlo para siempre con un texto. 

Así como hay que tenerlos para abrir los ojos frente al sol y dejar que nos queme las retinas.


por David Cerqueiro R.

Publicado en el diario El Universal el 5 de Diciembre de 2011: http://www.eluniversal.com/opinion/111205/quemado

miércoles, 19 de octubre de 2011

La resaca de los astros

Curtido de tinta, licor barato y tabaco, en un sótano oscuro de la capital, continuaba Jorge con los plomos de la impresión del pasquín más popular de la prensa de aquellos años.

Sus compañeros preparaban silenciosos los últimos espacios de la columna del horóscopo de la madrugada del domingo, la cual, por cuestiones del azar de aquella mugrosa imprenta, sería de mala suerte para los Capricornio y beneficioso para las cuestiones amorosas de los Géminis.

Los linotipos comenzaban a girar y ya las letras finales estaban aseguradas. Y otra tacita de peltre llena de aguardiente celebraba el fin del arduo trabajo. El amanecer se asomaba y los pajaritos comenzaban a trinar tímidos, en la ciudad que lo había recibido indiferente hacía unos pocos meses. La radio tocaba, con su mala señal, un ritmo de su tierra que aunque se ahogaba entre los ruidos mecánicos de los linotipos, él podía reconocer.

Los designios de los astros se apilaban cada vez más sobre una vieja caja de ron recortada, que servía de contenedor improvisado. El olor a grasa y plomo de la anticuada maquinaria se confundía con el dulce olor a pan recién horneado de la panadería de la esquina, que ya estaba a punto de abrir.

El trabajo aunque era duro, era apasionante. Las líneas de todos los días a veces hablaban de cosas grandes, a veces de cosas pequeñas, pero siempre hablaban de algo nuevo; de algo que aprender. Pero no había tiempo de leer, puesto que había trabajo por hacer y mucho que lograr en poco tiempo, cuando se es extranjero y padre de una familia de cuatro.

A pesar de conocer muy bien cómo se fabricaban de manera artificial las ideas y opiniones que salían de aquel viejo linotipo, y de ser él mismo protagonista de los descarados ajustes que a veces sufrían en pro del espacio del papel, no pudo evitar alargar la mano y leer bajo Virgo, su signo, una frase que sentenciaba: “Hoy es un gran día para ver las cosas con claridad y cambiar el rumbo de tu vida…”.

Esto inquietó a Jorge por un momento. Auque él sabía que de cualquier forma, y a pesar de ser apenas las cinco de la mañana, ya era demasiado tarde para alguien como él pretender alcanzar algún tipo de lucidez. 

Así lo dijeran los astros. 


por David Cerqueiro R.


Publicado en el diario El Universal el día 24 de octubre de 2011: http://www.eluniversal.com/opinion/111024/la-resaca-de-los-astros

domingo, 9 de octubre de 2011

Lo que queda

Lo de Martín siempre fue comer algodón de azúcar con la barba larga, buscar pelea a gente armada y ganar concursos de aguantar la respiración borracho. No rodar en el auto de Sofía toda la noche, escuchando canciones de los Smashing Pumpkins y esperando encontrar algo que hacer en una ciudad fantasma. 

Un día Martín vio en el periódico un anuncio que decía: “Se solicitan masajistas con experiencia, discretas y con buena presencia”. Fue la primera vez, a sus tardes 35 años, que descubrió que esas masajistas no eran tales. Se sintió un poco estúpido por su ingenuidad, pero a Sofía eso le parecía lindo. 

El problema con Sofía era su constante optimismo. Su eterna sonrisa y su siempre impecable rostro. Era tan agradable con todo el mundo que a Martín a veces le provocaba herirla. Con un gesto, con un comentario, con lo que fuera. Solo para verla cambiar. Pero al final, siempre terminaba derrotado, precisamente por el carisma invencible de Sofía. A ella, en cambio, le cansaba un poco que Martín siempre insistía en preguntar cosas que ya él sabía. Pero igual siempre se las respondía con un paciente besito. 

Como de costumbre, después de varias vueltas a la autopista que cruzaba la ciudad, y de media caja de cigarrillos, Sofía se ponía nostálgica a hablar de sus recuerdos de infancia: de cómo celebró sus nueve años en la casa de la playa de su abuela difunta, del ponqué de piña que ella horneaba y de cómo su papá siempre llegaba tarde a las fiestas familiares. Y comenzaba Sofía con la tocadera con Martín. A él esta parte era la que más le gustaba, pues él también era medio nostálgico. 

Mañana era lunes y ambos trabajaban: ella de asistente de un gerente de una empresa de insumos para plomería. Él de profesor de inglés. La vida nocturna de la ciudad no existía hacía años y ellos lo sabían. Los recuerdos de tiempos mejores hacía rato que empezaban a repetirse en la conversaciones. Pasaban los años y cada vez había menos que contar y los Smashing Pumpkins tampoco sacaban ya canciones nuevas. 

Un día, Sofía leyó en el periódico sobre la muerte de un querido amigo de ambos, que hacía años se había ido al este de Europa a trabajar como agente de modelos. Había sido atacado en un callejón de Praga y muerto de nueve tiros en el pecho. Fue entonces cuando Sofía descubrió, a sus tardes 32 años, que su amigo en realidad no era agente de modelos. A Martín no le sorprendió la noticia, pero le conmovía un poco la reacción de Sofía. 

El auto de Sofía rodaba por la autopista nocturna nuevamente y Martín asomaba la cara por la ventana, jugando a inflarse la boca con el viento que le golpeaba la cara. Los Smashing Pumpkins sonaban por las cornetas de adelante, porque las de atrás hacía tiempo se habían dañado, y Sofía fumaba. Todo estaba muerto, nadie estaba en ninguna parte. La ciudad permanecía igual de neutra. 

Pero esto no les preocupaba, ya que ambos sabían que a pesar de todo, siempre les quedaría la nostalgia. 



por David Cerqueiro R. 


Publicado por el diario El Universal el día 17 de octubre de 2011: http://www.eluniversal.com/opinion/111017/lo-que-queda

miércoles, 14 de septiembre de 2011

No sé leer

Nunca leí a Cortazar, ni a Vargas Llosa, ni a Cervantes. Tampoco a Sor Juana Inés. Nunca leí a Chaucer, ni a Allan Poe, ni a Hemingway.

Nunca le he prestado atención a Shakespeare, más allá de los gastados estereotipos sobre sus obras, ni tampoco a Tolstoy o al tal Dostoyevsky.

He podido sin embargo ojear, y de la manera más superficial y desordenada, a gente como Bukowski, como Neruda y como Uslar Pietri. He mediocremente repasado a Rómulo Gallegos y curioseado a otros tantos autores geniales como todos ellos.

Sin embargo le he prestado genuina atención a mis pocos amigos, y me he sumergido en los relatos de mis novias; me he fundido con la charla moral de mis familiares y he sopesado hasta el más absurdo de los comentarios de cualquier desconocido. He respirado sin dar por sentado el aire que me infla, y he caminado sin despreciar los pasos olvidados. He cerrado los ojos sin esperar volver a abrirlos, y me he emborrachado sin motivo. De verdad, lo he hecho.

También he besado mujeres como si me fuese a la guerra, y me he peleado por la mayor de las tonterías. He mentido sin escrúpulos y me he confesado sin que me amenazaran de castigo. He olvidado lo que siempre he vivido, y he recordado lo que siempre soñé. He llegado a conmoverme al ver la brisa y me he entretenido viendo basura en la televisión.

He sentido la debilidad de quien le teme a la incertidumbre, y me he intoxicado con la certeza ciega de lo que he creído. He gritado, ofendido y halagado y he comido más de lo debido. Y con la panza llena y adolorida, me he servido un pedazo de torta.

Lamento no poder haber leído como me dicen que he debido; pero es que he estado ocupado viendo con mis propios ojos y escuchando con mis propios oídos.

Y sobre eso, ahora escribo.


por David Cerqueiro R.

domingo, 21 de agosto de 2011

Realidad

Dos filósofos venían conversando por la calle sobre la realidad. 

Esgrimían toda clase de preguntas sobre qué era esta, qué la definía, o hasta dónde llegaba. Cómo el ser humano podía estar seguro de qué es y qué no es real, entre otras tantas indagaciones. Mientras más caminaban, más complejo se hacía el tema de su conversación y más complicadas sus explicaciones.

Uno de ellos afirmó: - La realidad debe ser percibida por una mente humana para poder ser tal. A lo que el otro filósofo respondió: - Pero ¿cómo sabe la mente humana que lo que percibe es verdadero? Y así continuaban su conversación, densa, amena y cada vez más sofisticada.

A medida que caminaban, no se percataban de la gente a su alrededor, quienes los veían como excéntricos pensadores; artesanos del pensamiento. Estaban los filósofos tan absortos en sus ideas, que no se daban cuenta ni del ruido de la ciudad a su alrededor, ni de los automóviles, ni los edificios, ni de los animales. Ni siquiera del extraño viento amable que acariciaba a aquella tarde.

Repentinamente, uno de ellos, mientras explicaba muy articuladamente su honda reflexión sobre la relatividad de la existencia humana, tropezó descuidado con las raíces de un árbol grande que sobresalían, invencibles y tercas, a través de la acera de concreto por la que caminaban.

El filósofo cayó aparatosamente de cara sobre el sucio suelo de la calle. Su compañero alarmado fue a auxiliarlo en caso de haberse lastimado gravemente. Al ayudarlo a levantarse y asegurarse que solo había sufrido un leve raspón sobre la frente y un superficial golpe en la rodilla, le preguntó: ¿Continuamos?


A lo que el ya repuesto filósofo contestó: Nah, mejor vayamos por unas cervezas y unas muchachas.


por David Cerqueiro R.

Publicado en el diario El Universal el 29 de agosto de 2011: http://www.eluniversal.com/2011/08/29/realidad.shtml






domingo, 31 de julio de 2011

Relato para titiriteros


Cansado del roce de las cuerdas y de la caja donde terminaba después de la función de todos los días, una vez, un títere quiso ser titiritero.

No era la grandeza de su amo, ni el poder de su control lo que lo atraía a tomar su puesto, sino la libertad de la que él gozaba al no tener a nadie que lo manipulara.

Y fue por el hábil uso de las cuerdas que alguna vez fueron sus cadenas, y por nunca delatarse durante su cruel show de pelele, que un día supo derrocar al viejo que parecía invencible.

Después de un tiempo, comenzó a extrañar a sus colegas títeres, que aún permanecían esclavos de otros titiriteros. Cuando los saludaba desde lo alto, estos le replicaban con amargos comentarios o con cínicas burlas por su ambicioso escape. Para ellos, resultaba ridículo pretender no ser un títere, cuando se tienen las coyunturas de tornillos y la cara de madera.

Solitario, el títere dueño de si mismo descendió a los escenarios del mugriento suelo público, se ató en las extremidades unas falsas cuerdas y bailó la vieja música que alguna vez fue su condena. Todo para no ofender a sus viejos compañeros y volver a la agradable camaradería que se respira cuando todos padecen de lo mismo.

Pero todo esto resultaba inútil. No importaba cuánto bailara, o qué tan amarrado permaneciera, siempre podía verse en su cara el sutil gesto de aquel que ha probado la verdadera libertad.

Y eso, nadie se lo pudo perdonar.


Por David Cerqueiro R.

Publicado en el diario El Universal el 08 de agosto de 2011: http://noticias.eluniversal.com/2011/08/08/relato-para-titiriteros.shtml

domingo, 19 de junio de 2011

Cuando del mar se trata

Si la conciencia humana fuese el mar, el subconsciente sería la inescrutable profundidad y la soleada superficie, la lucidez.

Fuésemos nosotros anfibios, capaces de volar hasta el espacio exterior y volver precipitados hasta el abismo submarino más oscuro, antes de caer rendidos sobre la almohada.

Si la conciencia humana fuese el mar, mil tsunamis arrasarían con las costas, por la intranquilidad de su entraña, y mil veces más volvería la calma espuma después de la destrucción. Como si nada hubiese ocurrido.

Porque no es en las veces que recaemos en la volatilidad hostil de nuestros pensamientos, donde está la clave. Sino en la incapacidad de ver que, sea de mar o de tierra, somos todos lo mismo.

Al menos, cuando del mar se trata.


por David Cerqueiro


Publicado en El Universal el día 23 de junio de 2011: http://opinion.eluniversal.com/2011/06/23/cuando-del-mar-se-trata.shtml

jueves, 9 de junio de 2011

Antídoto

Soñé con serpientes. Todas del color del oscuro césped que pisábamos descalzos e inocentes de su peligrosa presencia.

Alerté a todos de su existencia. Las señalé con el dedo, incluso las levanté por sus cabezas y mostré sus largos cuerpos babosos contonearse nerviosos. Pero todos estaban ciegos y solo reían y conversaban sobre sus cocteles de colores.

No recuerdo a nadie más. Solo a mí mismo levantar varias de ellas y arrojarlas lejos de la espesa grama húmeda que las escondía. Arrojé varias a través de una cerca que encerraba aquel jardín que, aunque no terminaba de reconocer, me resultaba muy familiar. Con algo de miedo, pero con firmeza, las arrojé afuera. Una a una.

Desperté preocupado, pero no por las serpientes. O por el miedo natural que estas causan. Sino por aquellos que se intoxicaron de distracción cuando llegó la hora de enfrentarlas y ahora permanecen encerrados en aquel jardín superfluo, sin conocer el antídoto.

por David Cerqueiro


Publicado en El Universal el 13 de junio de 2011: http://opinion.eluniversal.com/2011/06/13/antidoto.shtml

lunes, 18 de abril de 2011

Los nuevos tiempos

Ella siempre sonreía. Tanto, que daba náuseas después de un rato. Después de la grasienta cena de platillos de carnes rojas, alcohol barato y azúcar refinada en salsas, postres y gaseosas, era momento de compartir un rato mientras se hacía la, casi imposible, digestión.

.-“?Quieren ver las fotos de la boda de Bernardita?”.- Preguntó ella animada, mientras se apoyaba de los brazos de su poltrona Luis XV como para levantarse. La ronca y seca voz de su recién estrenada nuera de 27 años fue tajante cuando la increpó diciendo: -“Nos las puedes enviar por e-mail. Así las vemos con calma en la casa”.- El espeso silencio entre todos en aquella salita reaparecía.

Esquivando la incomodidad de aquella forzada reunión amena, insistió ella: -“Bueno, parece que el cafecito va a estar listo ya. ¿Quién va a querer un poquito?”.- Su fiel esposo desde hace 35 años, Cirilo, levantó la mano tímido mientras veía de reojo a sus jóvenes invitados. Y la nuera remató nuevamente: -“Gracias, pero mejor no. La cafeína es altamente tóxica para el organismo. Además es un poco tarde para eso”.-

Ella caminó hasta la cocina como si no hubiese escuchado nada y vertió las mismas dos tazas de siempre de la vieja vajilla de seis. Cirilo, disfrutaba un merengue caraqueño en el plato de su picó y comentó espontáneo:- “Cuando yo era niño, en la Plaza Bolívar se armaban unas tómbolas buenísimas con esta música”.- En ese instante el agotado disco de vinilo comenzó a saltar y a interrumpir la música que emitía. Cirilo, apresurado acudió a arreglarlo mientras su nuera comentaba mientras revisaba su dispositivo móvil: .-“Eso es lo bueno de estos reproductores digitales. Nunca fallan”.- Cirilo soplaba la vieja aguja de su tocadiscos y los miraba un poco apenado y con disimulo por encima de su hombro.

Volvió ella de la cocina con una adorable bandejita de pastas secas en un platico de porcelana y algunos polvorones en otro. Mientras los colocaba entre los adornitos de la mesita del centro de aquel estar exclamó: -“Vamos muchachos, alégrense el paladar con estas delicias. Los hace el panadero de la esquina de abajo”.- El hijo alargaba la mano para tomar uno de los gordos polvorones mientras su esposa comentaba de nuevo: -“Uy suegra imagínese, me como uno de estos y me convierto en una vaca en dos días”.- Y sonreía plásticamente mientras empujaba el platico de porcelana lejos de ella.

.-“Bueno, ya es tarde y mañana hay trabajo. Ha sido una velada adorable”.- Sentenció autocráticamente la nuera. Su esposo aún tenía medio polvorón en la boca y su suegra aún revolvía el azúcar blanco en su taza de café negro aguado. Todos pausaron por un segundo y ella replicó ingenuamente:- “Pero si apenas son las ocho de la noche! Cónchale, no sean así quédense un ratico más!”.- Su hijo veía la hora en su carísimo reloj de pulsera traído de Suiza, como regalo de bodas de su propia esposa, quien insistió: -“Lo siento suegra, pero de verdad no podemos. Será para otro día”.- Mientras le entregaba la chaqueta a su esposo quien permanecía sentado.

La puerta de la casa se abrió para despedirlos. Al cruzar el jardincito de la entrada y llegar hasta la calle, la puerta se cerró nuevamente resignada. Caminaron silenciosos hasta su camioneta nueva. Ella hacia el puesto de piloto como de costumbre. Al activar el seguro automático de las puertas con el control de las llaves, repentinamente aparecieron tres sujetos con las cabezas cubiertas con medias pantys y uno de ellos le metió a ella el cañón de una pistola automática en la boca mientras le susurraba macabramente: -“Dame las llaves o hasta aquí llegaste”.- El esposo amedrentado de igual manera no pudo, tampoco, hacer nada al respecto y los sujetos abordaron su camioneta en segundos. Al tomar apenas el primer respiro, desde el suelo gritó ella en desesperación, mientras se palpaba el golpe con sangre que le habían atestado en la cabeza: -“¡Desgraciados! ¿Es que uno ya ni puede salir a visitar a su familia?”.- A lo que el delincuente que iba al volante llegó a responder mientras arrancaba a toda velocidad: -“Eso era antes mamita. Los tiempos cambian”.

por David Cerqueiro


lunes, 11 de abril de 2011

La última palabra

El bigote ya le cubría la boca y de sus amigos solo uno soportaba, aún, aguantarle sus interminables monólogos sobre la estupidez de los demás.

Se había convertido en un monstruoso sociópata, que todo aniquilaba con solo dos o tres palabras de desprecio y que no respetaba a nadie, por considerarlo cobarde, pretencioso o ciegamente hipócrita en el más condescendiente de los casos.

Bebía y comía sin freno, y a cualquier hora, mientras despotricaba enérgicamente sobre lo ridículo del llamado calentamiento global, el engaño sistematizado del reciclaje y del cretinismo inmanente a todos aquellos que procuraban consumir alimentos orgánicos. ¡La vida misma es orgánica imbéciles! Vociferaba mientras se arrancaba un moco de una fosa nasal sin el menor pudor.

Encendía cigarrillos dentro de las casas de los demás, sin siquiera preguntar si le era permitido fumar y replicaba volátilmente a cualquier insinuación de cordura, por leve que fuese, con un fuerte recordatorio a la finitud del todo. Incluso de él mismo y sus modales. Conversaba de arte, de ciencias, filosofía y política con una pasión agresiva que terminaba por ahuyentar los fútiles intentos de conversa de cualquier “turista del pensamiento”, que se le ocurriese oponérsele a sus ideas.

Era un inaguantable primitivo con complejos existenciales hondos pero articulados. Su sagaz inteligencia y afilado lenguaje, intimidaban al más letrado sobre cualquier rama del pensamiento, y su altanero tono de voz, que invitaba constantemente al conflicto intelectual, fascinaba a las mujeres quienes, intrigadas, le deslizaban servilletas con sus números de teléfono por debajo de las mesas, sobre las que sus maridos defendían ingenuamente sus argumentos.

Todos parecían aborrecerlo, como amigo, como vecino e incluso como pariente, pero nadie negaba que resultaba ser un sujeto fascinante, que no poseía sentido de la vergüenza.

Y fue cuando se halló sentado en la camilla de emergencias del hospital más cercano, solo, esperando por el reporte de aquél neurólogo preocupado de 25 años, quien era el único disponible aquel domingo por la noche, que logró entender que no importaba cuán sólida fuese su opinión sobre las cosas, o cuán firme fuesen su retórica y sus convicciones, siempre quedaría una discusión pendiente para el final, la más silenciosa y severa de todas, que él nunca podría ganar.


por David Cerqueiro


Publicado en el diario El Universal el día 18 de abril de 2011: http://opinion.eluniversal.com/2011/04/18/la-ultima-palabra.shtml

viernes, 1 de abril de 2011

Iluminado

Justo cuando creían que ya había alcanzado la iluminación, fue cuando entró a la habitación donde todos estaban, portando un aura distinta con un rostro absolutamente nuevo.

Se sentó en el brazo de unos de los sillones y miró a todos como por primera vez. Algunos aguantaban a duras penas la risa, aunque no por respeto o educación, sino para alargar aún más lo que sabían sería otra divertida escena de delirio de santidad.

Abrió la boca como para pronunciar algo, pero pausó para respirar un poco. Los ojos le brillaban de una forma extraña. Alguien tuvo la osadía de preguntarle de manera jocosa: - ¿Está la música muy alta? Si te molesta le podemos bajar.-

A lo que él respondió con una serenidad arrolladora: - La música y el silencio son en realidad lo mismo. Somos nosotros quienes escogemos cuál es cual.- Terminó aleccionador.-

Más risas se escondían detrás de los hombros de otros más hábiles para disfrazar la burla y uno de ellos se levantó y le dijo: - De seguro habrá alguna música que te desagradará. Como a todo el mundo…-

Con la gentileza con la que se enseña a un niño a levantarse después de sus primeros tropiezos, replicó: - Toda la música es igual, es solo cuestión de dejar de escucharla y convertirse en ella.-

El único en aquella sala que no entendía el chiste era él, pues era el único que no podía verlo desde afuera. Y lo pusieron a prueba: - ¿Te gusta esta música que suena por ejemplo?-

- Por supuesto.- replicó él. Sin titubear y con una ligera sonrisa en el rostro. La música paró y le tocaron otra muy distinta, de ritmos extraños y abstractos. Algo de rasgos tribales africanos, deforme y sin melodía. Esperaron su respuesta hasta que por fin dijo él: - Diversa y fascinante como la expresión de la naturaleza.

Otro disco comenzó a girar y una atorrante música latina, del estilo más burdo y básico comenzó a percutir sus oídos. Todos arrugaban la cara en desagrado y él agregó ameno: - Oigo la vida pura, la espontaneidad y la energía de la alegría.

Todos comenzaban a levantar la ceja y ya nadie reía tanto. Comenzaban a creer que cada sonido podría ser absorbido por él, sin frenos, sin cuestión, sin juicio.

Repentinamente, una melodía familiar comenzó a sonar. Era uno de los temas del primer disco de Lady Gaga. El ambiente se relajó y todos decidieron dejarlo a él en paz por un rato y volver a sus tertulias y tragos. Si era verdad, o no, que había aprendido a desapegarse del juicio y a percibir directamente, era después de todo, asunto suyo.

Con una palmada amigable en la espalda lo despidieron de su inquisidora broma mientras le entregaban un trago de ron con limón. Él se levantó sereno, se acercó al stereo y presionó el botón de stop. Todos volvieron automáticamente la mirada hacia él, quien recalcó con su característica serenidad: .- Yo estaré iluminado pero no soy sordo. .- Mientras arrojaba el disco por la ventana de la cocina que daba hacia aquella sala de incrédulos con mal gusto.


por David Cerqueiro


Publicado en el diario El Universal el 04 de abril de 2011: http://calidaddevida.eluniversal.com/2011/04/04/iluminado.shtml

viernes, 18 de marzo de 2011

Mañana

Hacía frío y no deseaba hacerse responsable del desastre que había quedado de la noche anterior. No había reloj para despertar, ni luz por la ventana que irrumpiera, ni motivo alguno que cruzara su cabeza que lo motivara a cambiar el estado de hibernación en el que se encontraba. Desde hacía ya varios meses.

Su teléfono móvil repetía un chillido intransigente que recordaba un mensaje recibido. Nadie solía llamarle o escribirle, así que nadie podía esperar por ahora. Todo en la nevera estaba vencido hacía semanas y raras pelusas comenzaban a formarse espontáneamente en los rincones de su ducha.

Finalmente un pequeño y agudo dolor de estómago, producto del hambre que resulta al pasar más de 16 horas sin comer, lo obligó a levantarse.

El oxígeno escaseaba en su frente y el balance le flaqueó por un instante. El camino al lavamanos del baño era tortuoso y el cepillarse los dientes una tarea salomónica. Al mirarse al espejo y detallarse por varios segundos, se dio cuenta por primera vez en mucho tiempo, del estado de autodestrucción que se había apoderado de él. Y sintió un poco de miedo.

Salió del baño arrastrando los pies en medias y se detuvo bajo el marco de la puerta de su habitación y contempló el basurero en el que, él, se había convertido. Observó toneladas de correo acumulado sin abrir, comida descompuesta por los rincones más inaccesibles, las mismas sábanas de hace un año, un volcán de ropa sucia que alcanzaba el teclado de su computadora…y por fin se dio cuenta.

Sin caer en juicios y reproches hacia él mismo, se dio cuenta finalmente que era su obligación cambiar el rumbo de su vida. Era una cuestión, ya, de vida o de fracaso absoluto, que terminaría por llevarlo hasta la muerte del poco respeto que le quedaba hacia él mismo.

Un gran vacío tomó el espacio de su mente y, él, sintió cómo por primera vez tenía la decisión en su manos. Él, y no sus hábitos, por primera vez y por breves segundos, estuvo en control.

Y una pequeña vocecita, cálida y familiar, una que siempre lo hacía reír, la que le recordaba sus momentos de infancia dorada, la que le daba palmadas en la espalda después de aquellos logros de antaño, le susurró casualmente y sin mucha insistencia: “mejor será encargarse de eso mañana”.

Y el vacío en su mente cesó, para dejar entrar nuevamente al ruido familiar de todos los días.


por David Cerqueiro


Publicado en el diario El Universal el 21 de marzo de 2011: http://www.eluniversal.com/2011/03/21/maana.shtml

jueves, 13 de enero de 2011

La propuesta de Matilda

Hacía rato que Aurelio se había cansado de esperar por el día en que Matilda, finalmente, se decidiera a desnudarse frente a él. Matilda era de esa clase de mujeres que con solo verlas caminar, le afectan a uno el equilibrio y le vuelven el aliento espeso.

Tenía las curvas de un durazno tierno y la piel de leche acaramelada. Sus mejillas pecosas y sus clarísimos ojos verdes lo seducían todo. Le gustaba quebrar sus perfectas caderas cuando conversaba, y siempre sonreía simpática mientras jugueteaba con los anchos bucles rojos de sus juveniles cabellos. Matilda era pues, sin esfuerzo alguno, una Diosa.

Desafortunadamente, Aurelio, su prometido, solo había logrado intimar físicamente con ella de una manera muy superficial: a través de interminables sesiones de pasión frenada donde solamente besos y caricias conformaban el límite de lo permitido por ella. Al menos por los momentos.

Una tarde Matilda venía del mercado del pueblo de comprar frutas, pan integral y algo de dulce de membrillo, cuando se consiguió con Aurelio sentado en una piedra con la cara hundida entre las manos.

–¿Qué haces ahí tan solo? –Le preguntó–.

–Pienso –Respondió Aurelio secamente–.

–¿Y en qué piensas? –Insistió ella–.

–Pienso en que realmente no me deseas y es por eso que no me dejas conocerte. –Recalcó agrio Aurelio–.

Matilda siempre supo que aquel momento habría de llegar y por lo tanto no le sorprendió demasiado. Así, serenamente dejó los víveres reposar en el césped de la pradera y, mientras se recogía un poco la alargada falda, se sentó cariñosamente junto a Aurelio y con un tono de voz nuevo para él, le susurró dulcemente al oído:

–Cariño, tengo una propuesta para ti.

Inmediatamente el cuerpo de Aurelio se irguió como animado por una fuerza externa y su rostro se iluminó de una repentina esperanza. Y Matilda continuó mientras descosía una pequeña hilacha de su suéter de lana:

–Si de verdad sientes que no puedes esperar por mí más tiempo, toma el extremo de este hilo y vete con él sin pensar a dónde lo llevas. Camina lo más que puedas y nunca dejes ir el hilo de tus manos. Yo te esperaré aquí mientras descoses mi único suéter, y la única prenda que llevo conmigo para cubrirme. Cuando lo hayas descosido del todo, vuelve a mí. Yo estaré aquí desnuda esperándote y seré entonces tuya. Para siempre.

Atónito, Aurelio contemplaba la belleza de su prometida y sin éxito buscaba las palabras para responder que, sorpresivamente, lo habían abandonado en ese instante. Matilda le tomó las manos y le puso entre ellas el hilo de su suéter y con una mirada extrañamente ambigua pero a la vez tierna, lo terminó de azuzar.

Aurelio se levantó sobre sus pies con una rapidez casi electrónica, y con aquel delgado hilo enredado entre los dedos, corrió con la energía de aquel que intenta escapar de su propia sombra. La voz de Matilda se escuchaba cariñosa a lo lejos, deseándole suerte y recordándole no romper el delicado hilo que ya se desprendía varios metros lejos de ella.

Así, Aurelio cruzó por primera vez las montañas que rodeaban el valle donde toda su vida había vivido al igual que Matilda. Atravesó ríos desconocidos, helados y torrentosos. Conoció praderas nuevas y profundos precipicios de roca. Saltó abismos de niebla y se adentró en remolinos de árboles, a través de los cuales el interminable y frágil hilo seguía su recorrido.

La luna y el sol se relevaban en su eterna rutina. Las nubes esculpían sus estatuas gaseosas, sobre el pedestal azul y morado del espacio y Aurelio, indiferente a todo, seguía corriendo incansable. La imagen de su amada, voluptuosa y generosa, era lo único que ocupaba su mente y sus piernas solo sabían moverse para cumplir la misión de aquel hilo del destino.

Al saltar sobre uno de los riachuelos que surcaban la pradera, Aurelio sintió que el hilo en sus manos perdió repentinamente la resistencia que lo había acompañado durante todo el camino. Supo entonces que finalmente Matilda se encontraba desnuda esperando por él. Y supo que había alcanzado, por fin, aquello que tanto anhelaba desde hacía tanto tiempo: escapar de la tortura cruel que era el misterio del cuerpo de su mujer. Afortunadamente ahora, solo quedaba volver a ella.

Pero el camino de regreso a casa era largo y desconocido, puesto que el designado hilo se había ya desvanecido en las entrañas del rural camino de piedras y polvo.

Aurelio confundido, intentó recordar los pasos que había dado en su ciego frenesí de venida. Pero ahora los árboles aparecían diferentes y oscuros, el viento soplaba de una forma rara e intermitente y las nubes, esta vez, permanecían inmóviles y deformes como burlándose, con silenciosas morisquetas, de Aurelio y su extraña odisea.

La noche cayó una vez más y las estrellas aparecían desordenadas. El agudo frío comenzaba a alcanzar todo lo que había, al igual que los ruidos nocturnos y el miedo. El que alcanzaba más lejos, era el miedo.

Aurelio estaba, sin duda alguna, perdido.

Después de mucho andar y con la esperanza ya muy diluida, Aurelio reconoció muy a lo lejos la cima de la cordillera del valle donde él vivía. ¡Había encontrado el camino a casa! Intoxicado de emoción, corrió más rápido que nunca, con la poca fuerza que le restaba en su sangre, a los dulces pechos de su amada quien debía de esperarlo pacientemente.

Por fin llegó la hora en que Aurelio entró a aquel prado en el que alguna vez, sobre una roca, se lamentaba. Recorrió hábilmente algunos atajos espinosos hasta que, repentinamente, su inusual empresa culminó de súbito.

A la distancia, sobre aquella dichosa roca, estaba Matilda como lo había prometido. La cara de Aurelio se transformó alegremente y su paso impulsivo lo atrajo a la morada de su amor.

Sin embargo, algo había cambiado.Matilda sonreía conmovida pero de una manera distinta, aunque su cuerpo desnudo, había esperado a Aurelio como lo habían acordado. Aurelio, mudo y turbado, tomó dudoso la mano de Matilda quien permanecía sentada en aquella roca mohosa con una extraña paz en la mirada.

–¡Lo lograste querido! Y aquí te esperé. –Le dijo ella con una dulce sonrisa mientras le acariciaba el rostro–. –Pero a mis noventa y siete años, creo que lo que te prometí ya no te servirá de mucho.

Aurelio se derrumbó fulminado sobre sus rodillas, con lágrimas en los ojos y contemplando, con desconcertante horror, el inexplicable cuerpo anciano de su prometida.

El tiempo había jugado una de las suyas y el misterioso hilo que alguna vez conectó por sus extremos a los latentes amantes, había sido su cómplice. Y las palabras abandonaron a Aurelio una vez más, como habría ocurrido aquel día que partió de aquella roca tras la promesa de la extraña propuesta de su adorada Matilda.

Solo que esta vez, las palabras nunca más volvieron a él.


por David Cerqueiro R.


Publicado en el diario El Universal el día 17 de enero de 2011: http://www.eluniversal.com/2011/01/17/opi_art_la-propuesta-de-mati_17A4993291.shtml