miércoles, 19 de octubre de 2011

La resaca de los astros

Curtido de tinta, licor barato y tabaco, en un sótano oscuro de la capital, continuaba Jorge con los plomos de la impresión del pasquín más popular de la prensa de aquellos años.

Sus compañeros preparaban silenciosos los últimos espacios de la columna del horóscopo de la madrugada del domingo, la cual, por cuestiones del azar de aquella mugrosa imprenta, sería de mala suerte para los Capricornio y beneficioso para las cuestiones amorosas de los Géminis.

Los linotipos comenzaban a girar y ya las letras finales estaban aseguradas. Y otra tacita de peltre llena de aguardiente celebraba el fin del arduo trabajo. El amanecer se asomaba y los pajaritos comenzaban a trinar tímidos, en la ciudad que lo había recibido indiferente hacía unos pocos meses. La radio tocaba, con su mala señal, un ritmo de su tierra que aunque se ahogaba entre los ruidos mecánicos de los linotipos, él podía reconocer.

Los designios de los astros se apilaban cada vez más sobre una vieja caja de ron recortada, que servía de contenedor improvisado. El olor a grasa y plomo de la anticuada maquinaria se confundía con el dulce olor a pan recién horneado de la panadería de la esquina, que ya estaba a punto de abrir.

El trabajo aunque era duro, era apasionante. Las líneas de todos los días a veces hablaban de cosas grandes, a veces de cosas pequeñas, pero siempre hablaban de algo nuevo; de algo que aprender. Pero no había tiempo de leer, puesto que había trabajo por hacer y mucho que lograr en poco tiempo, cuando se es extranjero y padre de una familia de cuatro.

A pesar de conocer muy bien cómo se fabricaban de manera artificial las ideas y opiniones que salían de aquel viejo linotipo, y de ser él mismo protagonista de los descarados ajustes que a veces sufrían en pro del espacio del papel, no pudo evitar alargar la mano y leer bajo Virgo, su signo, una frase que sentenciaba: “Hoy es un gran día para ver las cosas con claridad y cambiar el rumbo de tu vida…”.

Esto inquietó a Jorge por un momento. Auque él sabía que de cualquier forma, y a pesar de ser apenas las cinco de la mañana, ya era demasiado tarde para alguien como él pretender alcanzar algún tipo de lucidez. 

Así lo dijeran los astros. 


por David Cerqueiro R.


Publicado en el diario El Universal el día 24 de octubre de 2011: http://www.eluniversal.com/opinion/111024/la-resaca-de-los-astros

domingo, 9 de octubre de 2011

Lo que queda

Lo de Martín siempre fue comer algodón de azúcar con la barba larga, buscar pelea a gente armada y ganar concursos de aguantar la respiración borracho. No rodar en el auto de Sofía toda la noche, escuchando canciones de los Smashing Pumpkins y esperando encontrar algo que hacer en una ciudad fantasma. 

Un día Martín vio en el periódico un anuncio que decía: “Se solicitan masajistas con experiencia, discretas y con buena presencia”. Fue la primera vez, a sus tardes 35 años, que descubrió que esas masajistas no eran tales. Se sintió un poco estúpido por su ingenuidad, pero a Sofía eso le parecía lindo. 

El problema con Sofía era su constante optimismo. Su eterna sonrisa y su siempre impecable rostro. Era tan agradable con todo el mundo que a Martín a veces le provocaba herirla. Con un gesto, con un comentario, con lo que fuera. Solo para verla cambiar. Pero al final, siempre terminaba derrotado, precisamente por el carisma invencible de Sofía. A ella, en cambio, le cansaba un poco que Martín siempre insistía en preguntar cosas que ya él sabía. Pero igual siempre se las respondía con un paciente besito. 

Como de costumbre, después de varias vueltas a la autopista que cruzaba la ciudad, y de media caja de cigarrillos, Sofía se ponía nostálgica a hablar de sus recuerdos de infancia: de cómo celebró sus nueve años en la casa de la playa de su abuela difunta, del ponqué de piña que ella horneaba y de cómo su papá siempre llegaba tarde a las fiestas familiares. Y comenzaba Sofía con la tocadera con Martín. A él esta parte era la que más le gustaba, pues él también era medio nostálgico. 

Mañana era lunes y ambos trabajaban: ella de asistente de un gerente de una empresa de insumos para plomería. Él de profesor de inglés. La vida nocturna de la ciudad no existía hacía años y ellos lo sabían. Los recuerdos de tiempos mejores hacía rato que empezaban a repetirse en la conversaciones. Pasaban los años y cada vez había menos que contar y los Smashing Pumpkins tampoco sacaban ya canciones nuevas. 

Un día, Sofía leyó en el periódico sobre la muerte de un querido amigo de ambos, que hacía años se había ido al este de Europa a trabajar como agente de modelos. Había sido atacado en un callejón de Praga y muerto de nueve tiros en el pecho. Fue entonces cuando Sofía descubrió, a sus tardes 32 años, que su amigo en realidad no era agente de modelos. A Martín no le sorprendió la noticia, pero le conmovía un poco la reacción de Sofía. 

El auto de Sofía rodaba por la autopista nocturna nuevamente y Martín asomaba la cara por la ventana, jugando a inflarse la boca con el viento que le golpeaba la cara. Los Smashing Pumpkins sonaban por las cornetas de adelante, porque las de atrás hacía tiempo se habían dañado, y Sofía fumaba. Todo estaba muerto, nadie estaba en ninguna parte. La ciudad permanecía igual de neutra. 

Pero esto no les preocupaba, ya que ambos sabían que a pesar de todo, siempre les quedaría la nostalgia. 



por David Cerqueiro R. 


Publicado por el diario El Universal el día 17 de octubre de 2011: http://www.eluniversal.com/opinion/111017/lo-que-queda