domingo, 18 de noviembre de 2012

Una honorable visita

Ayer en la tarde, mientras mataba el tiempo en la Internet, entró por la puerta de mi cuarto Simón Bolívar. Aunque me costó creerlo al comienzo, era él sin duda. Resucitado de algún modo y trasladado a este tiempo. En mi cuarto. Mientras yo no hacía nada.

No supe qué decir y supongo que se me habrá notado en la cara porque enseguida me preguntó con voz solemne y autoritaria -¿Qué haces? - Y yo solo pude responder tontamente – Pues no mucho, en el Facebook -.

Me miró confundido pero mantuvo su postura. Y aunque no llegó a responder, con un gesto me pidió que me explicara mejor. Yo no supe por dónde comenzar, pues cómo se le explica a Simón Bolívar qué es el Facebook, o la Internet, o una computadora, o un monitor, o la electricidad...en fin. Así que dentro de mi estado de asombro balbuceé torpemente – Es una página en Internet donde uno se comunica con sus amigos y familiares. Aunque bueno, no todos son amigos -.

Miró las paredes de mi cuarto y alguna ropa que tenía tirada en el sofá cómo tratando de entenderlo todo. Se notaba que tampoco él sabía cómo había llegado aquí. Yo podía ver cómo, sin embargo, siempre se mantenía calmo y racional ante el absurdo mundo que lo rodeaba. Luego, justo cuando traté de levantarme de la silla, volteó y me preguntó tajante: - ¿Y qué comunicas a tus amigos? ¿Y por qué no lo haces en persona?-.

Le expliqué brevemente que ellos vivían en otros países, incluyendo Venezuela, y que por medio de la Internet podíamos mantenernos en contacto a pesar de la distancia. - ¿ Y por qué estás tan lejos tú? ¿Eres acaso prisionero de los españoles? - continúo curioso.

Era obvio que Bolívar aún estaba totalmente desorientado y no entendía bien el salto en el tiempo que había dado. Cuando logré por fin levantarme, con mucho tacto le expliqué: - Estamos en el año 2012 y la monarquía española solo existe como un símbolo en España, que por cierto hoy en día está bien jodida-.

A Bolívar le cambió el rostro y murmuró para si mismo pensativo: -¿A qué misterio me ha traído la providencia?-. Le ofrecí café y hablamos por un largo rato. Me preguntó sobre Colombia, Venezuela, Ecuador, sobre Europa, los Estados Unidos. Me preguntó sobre Caracas con un entusiasmo casi de niño. Me preguntó si yo era blanco de orilla o noble y si alguna vez había oído hablar de su adorada Manuelita. Luego me contó un montón de historias de batallas y de cómo los Europeos perdían siempre porque subestimaban a los del nuevo mundo. Cuando contaba sus anécdotas, parecía trasladarse nuevamente en el tiempo.

Miraba por la ventana, con mucho asombro, los carros que pasaban. Aunque nunca me preguntó sobre ellos. Después de un rato conversando me dijo que tenía que irse. No supo explicarse bien pero eso fue lo que me dijo. Yo traté de formular algún tipo de despedida ante semejante reunión imposible, pero no sabía muy bien qué decir. Y Simón, que se dió cuenta, me dijo: -No entiendo aún cómo he llegado aquí, pero por lo que veo eres otro caraqueño más tratando de encontrarse. Pero no te preocupes, después de todo ese es el papel de un caraqueño-.

Me deseó suerte y al salir por la puerta remató en tono de broma: - Para la próxima traigo yo el café, carajito -.

Aunque más nunca lo volví a ver.



por David Cerqueiro R.