jueves, 30 de mayo de 2013

Tres corazones

No seas pulpo, sé mujer.

Y no es que me importen tus babosas ventosas, o tus tentáculos de molusco, o tus tres rarísimos corazones. Sé que alguna razón debes tener para semejante faceta octópoda.

Por mí puedes retorcerte, ensancharte o en un relámpago de tinta desaparecer. Puedes incluso sumergirte hasta lo más hondo y regresar salada décadas después. Todo eso es asunto tuyo.


Pero ten cuidado. No vaya a ser que un día te canses de esa vida y el mar salvaje, por jugar con sus corazones, te impida volver a ser mujer.


por David Cerqueiro R.

lunes, 27 de mayo de 2013

Esto no es café

Hago café pero no huele a nada. Le echo más café que agua a la cafetera, que cuela y borbota generosa, pero no huele a nada. No se impregna el aire de ese aroma especial que regala el gran café.

Hago y hago más. Me tomo dos, tres, cinco tazas. Oscuras, cargadas del mejor café que por aquí se consigue. Meto la cara en el empaque del café gourmet, etíope, garantizado como el más puro. Me da taquicardia, pues estoy tomando ya demasiado. Pero sin embargo, no huele a café.

Pareciera que hubiesen preparado más bien un triste té o alguna infusión medicinal de esas de vieja. Pero jamás café, porque no huele.

¿De qué sirve colar y tomar si el preámbulo sagrado del aroma, que es el que invita, el que promete que por ahí viene el momento de disfrutar un buen café, no está? Es como una mujer que se entrega pero no sonríe, que satisface pero a los pocos días es olvidada. Es como pelear sin rabia. Como cantar cansado. Como botar una planta que acabamos de regar. Una aberración de la sensatez.

Como esto que me vendieron. Que no sé que será, pero café no es.


por David Cerqueiro

martes, 21 de mayo de 2013

Treinta caballos

Atender significa sostener firmemente, como por el mango, la impredecible realidad que a diario nos encara. Porque es en la atención donde se cuaja el concreto de la realidad. La realidad maciza, la que duele, la que anochece, la que cobra la renta, la que causa la guerra, la fiesta, el amor y la envidia.

Controlar la atención propia es tan difícil como amansar al mismo tiempo a treinta caballos salvajes. Pero vale la pena intentarlo. Y es cuando la atención se pone mansita, después de batallarla, que uno comienza a reconocer sus señales.

Uno lo sabe, cuando en la calle la gente lo mira a uno sin ningún motivo aparente. Cuando los perros abruptamente dejan de ladrar al cruzarnos. Cuando el agua callejera que nos salpica, sospechosamente no nos mancha. Cuando silbamos frente a los extraños y los hacemos tararear.

Pero la señal más clara y contundente es cuando los caballos ya no corcovean diabólicos, sino que uniformes galopan en un sereno y extrañísimo relinchar. 


por David Cerqueiro R.