lunes, 19 de diciembre de 2011

Captura


Normalmente a Maykel Manuel no le importa atracar a nadie donde sea, a la hora que sea. Pero esa mañana algo extraño ocurría que lo mantuvo muy pensativo sobre su usual actividad delictiva. 

Como de costumbre lo importante era mantenerse en movimiento, no mirar a nadie fijamente a los ojos y siempre con las manos abajo. Evitar movimientos bruscos y estar siempre alerta a todos los detalles. Porque nunca se sabe cuando es que aparece la oportunidad para “entrompar”. 

La ciudad estaba calurosa y húmeda y el gentío estaba particularmente alborotado ese día. La basura de hace una semana se arrumbaba en las aceras de concreto roto, y el olor de esta se colaba hasta los mostradores de los comercios vecinos, a quienes parecía no importarle mucho. 

A Maykel nada lo distraía cuando salía a trabajar. Ni el intolerable ruido de los carros, ni el calor, ni la basura. Más bien todo esto lo ayudaba a enfocarse en su tarea. Después de todo lo único que conocía Maykel era la calle. 

Por fin apareció uno. Un carajito catirito con cara de sifrino, con una cámara de fotos de esas grandes que le colgaba del cuello. ¡Semejante pendejo! Con esa camarota tan boleta, lo que está es rogando que lo robe. -Pensaba Maykel-. 

El ingenuo fotógrafo observaba con curiosidad los detalles de la arruinada pero valiosa arquitectura del centro histórico de la ciudad. Se detenía evidente en algunas esquinas y fotografiaba cosas aparentemente sin interés alguno. Era obvio que no era de la zona y que no conocía el riesgo al que se exponía. 

¿Qué estará foteando la bruja esta? – reflexionaba Maykel- Ahora sí no lo perdono. 

Con la agilidad y la ligereza de un gato, cruzó Maykel la congestionada calle y siempre dentro del punto ciego de la retaguardia de su víctima. Mientras más lo observaba, a Maykel le intrigaba lo fácil que parecía ser aquella oportunidad, pero más aún, le comenzaba a intrigar lo que hacía aquel imprudente fotógrafo. ¿Qué sería lo que tanto le interesaba? ¿Cómo es posible que se exponga de esa manera, en una zona tan peligrosa, solo por tomar fotos de un contenedor de basura? ¿Será que se está burlando de mí? – Seguía reflexionando Maykel-. 

Al doblar en una de las empinadas esquinas, fue que Maykel escogió el momento de enfrentar a la inevitable presa. ¡Dame la cámara o te mato ya mismo! –Amenazó intimidante Maykel, mientras se levantaba la franela y dejaba ver la cacha de una pistola dentro de sus pantalones dos tallas más grande-. 

El fotógrafo aterrorizado, se quitó la cámara que le colgaba del cuello y se la entregó temblando. ¡Y dame la cartera también! – Remató Maykel. 

El pobre fotógrafo no tenía palabras y no supo sino obedecer a aquel despojo sistematizado. 

¿Y qué es lo que estás fotoeando tú por aquí payaso? – Preguntó Maykel altanero. Algo que nunca hacía con sus víctimas. 

El fotógrafo confuso no respondía y solo pudo hablar cuando Maykel le mostró insistente la cacha de su arma. 

Son para una exhibición de fotografía. –Respondió temeroso el fotógrafo-. 

¿Y que vas a exhibí tú, si aquí lo que hay es mierda?- Dialogó extrañamente Maykel-. 

Hago un trabajo sobre fotografía urbana. Y esta zona tiene mucho contenido visual. Si en algún lugar hay para hacer fotos buenas del tema, es aquí. – Completó el fotógrafo-. 

Maykel pausó por un momento. Se aseguró paranóico que nadie los veía y le preguntó al fotógrafo: No es que a mí me importe un carajo lo que tú hagas, pero ¿si yo quisiera hacé fotos yo mismo, cómo es que hay que hacé? 

El fotógrafo controló el miedo que tenía, respiro hondo y ya un poco más compuesto explicó tímido: Las cosas del día a día, son las más valiosas para fotografiar, porque en ellas está la historia de la gente, el paso del tiempo y sus circunstancias. Un camión viejo, por ejemplo, si lo ves con detenimiento, te das cuenta de toda la historia que tiene consigo. Eso es lo que yo trato de capturar. Si tú quieres, puedes hacerlo también. 

Maykel retrocedió desconfiado cuando escuchó al fotógrafo hablar de esa manera. Volvió a chequear si alguien los observaba y se movía nervioso. Era evidente que Maykel quería seguir hablando sobre eso de la historia de las cosas y de capturar a no sé quién. 

El fotógrafo al reconocer esto continuó: Escúchame, vamos hacer lo siguiente: Yo te regalo esa cámara para que tomes tú fotos, si así lo quieres. Te prometo que no le diré a nadie lo que pasó. 

Bueno esta cámara es mía ya. A mí tú no me estás regalando nada – Replicó defensivo Maykel-. El fotógrafo permaneció en silencio. Maykel titubeó por unos instantes y de repente le tiró la cartera que la había quitado al fotógrafo contra el pecho. 

No vuelvas a vení por aquí así, que otro viene y te mata por menos de esto – Agregó antes de salir corriendo-. 

Horas más tardes, se encontraba Maykel lejos del centro sentado en el banco de un centro comercial. Pensaba sobre lo que había dicho aquel fotógrafo de las cosas del día a día. Le impresionaba que alguien pudiera interesarle de esa manera la sucia calle. Observaba la cámara que le habían “regalado” y meditaba sobre su vida. Imaginaba cómo podía él ser un fotógrafo famoso, rodeado de modelos y saliendo en revistas populares. “Maykel captura el día a día como nadie” -Imaginaba de titular de una revista sobre una foto suya-. 

La tarde caía y el calor comenzaba a menguar. El pululante tráfico ya disminuía su perenne escándalo y la calma se asomaba paulatina por la ciudad. 

Maykel pensó que aquel fotógrafo era buena gente después de todo y pensó que no todos merecen ser robados violentamente. Que tal vez la culpa no sea de la gente como él y que tal vez se podía hacer otra cosa. Algo nuevo. Aunque Maykel no estaba seguro de qué. 

En ese instante, venía caminando hacia él una hermosa chica hablando por su teléfono móvil y contoneando su bella figura. Tenía aspecto de extranjera y su cabellera era de amplios bucles rubios. Una princesa imposible pensó Maykel. Mientras más se acercaba ella, más la detallaba Maykel y más bella aparecía. 

La hermosa chica conversaba agitada con el que parecía ser su novio. Y al pasar indiferente frente al banco de Maykel recalcaba ella dentro de su conversación telefónica: Ay menos mal que le regalaste la camarucha al mono ese. No puedo creer que se haya creído ese cuento de hacer fotos él mismo. Eres un genio amor -Y siguió caminando ella por donde venía-. 

Maykel se levantó silencioso y dejó la cámara en la basurera que estaba cerca al banco mientras se iba a su casa. 

Porque mañana había que trabajar. 



por David Cerqueiro R. 


Publicado en el diario El Universal el día 26 de diciembre de 2011: http://www.eluniversal.com/opinion/111226/captura