Todos se avalanzan sobre aquel tiovivo del que todos hablan, tropezándose unos con otros como bestias en una manada alebrestada por el miedo. Todos sonríen histéricamente, mientras ceñidos a los ornamentados tubos de los macabros figurines, complacen desorientados la mirada morbosa de los curiosos. Mientras más gira, en su débil centrífuga inacelerada y opaca, más inaguantables se convierten toda su farsa y los que la alimentan.
¡Me han arrastrado a montarme en este carrusel! No fui yo, nunca, quien decidió viajar en tal armatoste vergonzoso ¡Ni por un segundo! Como todos, quise mi golosina y acudí al parque por ella. Pero hubiese preferido jamás tenerla, a haberme convertido en el hueco casco inánime que hoy posa obligado para las fotos de tal avergonzante trampa.
Sin embargo, alzo mi voz en contra de la música, en contra del mareo de tanto girar alrededor de nada pero nadie quiere escucharme. Porque para ellos soy solo el niño amargado, de raro comportar, que prefiere estar con sus padres caminando en el parque, a la plástica euforia de este macabro carrusel que pareciera nunca detenerse.
Ya no quiero el azúcar, ya no quiero la novedad ni el estímulo de lo especial. Ya no quiero creer que la diversión se encuentra en un lugar aparte. Sólo pido, por lo que más quieran, que de este trágico carrusel me dejen bajar.
por David Cerqueiro R.
Publicado en el diario El Universal el 27 de julio de 2010: http://www.eluniversal.com/2010/07/27/opi_art_carrusel_27A4248571.shtml
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