viernes, 18 de marzo de 2011

Mañana

Hacía frío y no deseaba hacerse responsable del desastre que había quedado de la noche anterior. No había reloj para despertar, ni luz por la ventana que irrumpiera, ni motivo alguno que cruzara su cabeza que lo motivara a cambiar el estado de hibernación en el que se encontraba. Desde hacía ya varios meses.

Su teléfono móvil repetía un chillido intransigente que recordaba un mensaje recibido. Nadie solía llamarle o escribirle, así que nadie podía esperar por ahora. Todo en la nevera estaba vencido hacía semanas y raras pelusas comenzaban a formarse espontáneamente en los rincones de su ducha.

Finalmente un pequeño y agudo dolor de estómago, producto del hambre que resulta al pasar más de 16 horas sin comer, lo obligó a levantarse.

El oxígeno escaseaba en su frente y el balance le flaqueó por un instante. El camino al lavamanos del baño era tortuoso y el cepillarse los dientes una tarea salomónica. Al mirarse al espejo y detallarse por varios segundos, se dio cuenta por primera vez en mucho tiempo, del estado de autodestrucción que se había apoderado de él. Y sintió un poco de miedo.

Salió del baño arrastrando los pies en medias y se detuvo bajo el marco de la puerta de su habitación y contempló el basurero en el que, él, se había convertido. Observó toneladas de correo acumulado sin abrir, comida descompuesta por los rincones más inaccesibles, las mismas sábanas de hace un año, un volcán de ropa sucia que alcanzaba el teclado de su computadora…y por fin se dio cuenta.

Sin caer en juicios y reproches hacia él mismo, se dio cuenta finalmente que era su obligación cambiar el rumbo de su vida. Era una cuestión, ya, de vida o de fracaso absoluto, que terminaría por llevarlo hasta la muerte del poco respeto que le quedaba hacia él mismo.

Un gran vacío tomó el espacio de su mente y, él, sintió cómo por primera vez tenía la decisión en su manos. Él, y no sus hábitos, por primera vez y por breves segundos, estuvo en control.

Y una pequeña vocecita, cálida y familiar, una que siempre lo hacía reír, la que le recordaba sus momentos de infancia dorada, la que le daba palmadas en la espalda después de aquellos logros de antaño, le susurró casualmente y sin mucha insistencia: “mejor será encargarse de eso mañana”.

Y el vacío en su mente cesó, para dejar entrar nuevamente al ruido familiar de todos los días.


por David Cerqueiro


Publicado en el diario El Universal el 21 de marzo de 2011: http://www.eluniversal.com/2011/03/21/maana.shtml

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