domingo, 26 de diciembre de 2010

Cuando los ciegos corren

Cuando los ciegos corren cada zancada es un salto suicida a una piscina vacía, a una laguna helada. El viento nunca va en su contra ni les revuelve el pelo, porque ni el silbido implacable del invisible puede con tanta velocidad.

Cuando los ciegos corren, se oyen los bastones rebotar contra el suelo y las voces de los incrédulos videntes gritándoles sobre miedo. Pero estos no saben que cuando un ciego arranca a correr, no hay pavor ajeno ni eco distante que lo frene.

Una vez vi a un ciego correr tan rápido, que a veces parecía que volaba brevemente al ras del suelo. Y cuando me pasó por al lado, me miró con cara de encandilado como invitándome a correr con él. Nunca había visto yo un gesto de tan temerario gozo como el de aquel ciego.

Es muy fácil sentir pena cuando se corre con los ciegos porque, aparte de que son rapidísimos y muy hábiles, poseen un sentido del humor bastante ácido. Pero al poco tiempo uno se va dando cuenta que para ser como ellos, basta con cerrar los ojos y seguir corriendo.

por David Cerqueiro R.


Publicado en el diario El Universal el día 2 de enero de 2011: http://opinion.eluniversal.com/2011/01/02/opi_art_cuando-los-ciegos-co_01A4911015.shtml

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Carta de un líder cansado

Mis migajas son sus banquetes y mis sobras sus fortunas. Mis palabras necias su filosofía y mis caprichos su religión.

A mi paso espontáneo y relajado le siguen sus carreras torpes y nerviosas, y al afinar casual de mi mirada sobre ustedes, se derrumban sus esperanzas y sus tímidos anhelos de cualquier cosa.

Porque un día decidí que todo lo que hay es mío y por mí, y porque ustedes aún no han querido llegar a la misma decisión.

Aunque el día que lo hagan, aunque no lo crean ahora, ustedes y yo seremos lo mismo.

Y por ese día espero, para poder descansar.

por David Cerqueiro R.

miércoles, 13 de octubre de 2010

La furia de las abejas

Había una vez un árbol muy grande y frondoso que daba toda clase de frutos deliciosos durante todas las temporadas, cuyas ramas se extendían larguísimas expandiendo una amplía y acogedora sombra que abarcaba a todo aquel que quisiera reposar bajo ella.

Esté árbol era tan especial y tan exótico, que muchos cruzaban el océano entero por meses, solo para acudir a su sombra y a la acolchada grama uniforme que sobre sus raíces crecía. Gentes de todas partes, incluso, abandonaban sus propios árboles permanentemente para venir a deleitarse con los frutos y la sombra de este árbol, que parecía invencible y eterno.

Con el pasar lento de los años este árbol creció en su tronco principal un enorme panal de abejas, el cual crecía más con cada año. Al comienzo, los habitantes del árbol no hicieron caso de aquel panal, al cual veían como algo natural que todo árbol, y más aún uno tan fructuoso, debía tener. Pero llegó un momento en que aquel panal había alcanzado un tamaño descomunal, y algunos hasta aseguran que llegó a ser casi tan grande como el mismo árbol.

No obstante, los habitantes del árbol aprendieron con el tiempo a convivir con aquel panal, del cual extraían una rica y dulcísima miel que chorreaba abundante por los poros de su colmena. Esta miel era tan especialmente rica y tan abundante, que los habitantes del árbol vivían exclusivamente de ella, pues todo el mundo quería probar su adictiva dulzura. Mientras esto ocurría año tras año, los frutos del árbol caían espontáneos sobre la grama, y desaparecían podridos bajo las pisadas indiferentes de los habitantes del árbol quienes no tenían más ojos que para la hipnotizante miel de aquel panal, que ya para entonces era percibida como una especie de maná sagrado.

La sombra del árbol, la cual era muy tibia y peculiar, también comenzó a encogerse, pues las ramas muertas del árbol ya nadie las podaba como antes y la frondosa copa que alguna vez fungió de cielo para muchos, se estaba convirtiendo en una especie de triste esqueleto expuesto e insuficiente.

Sin embargo nada de esto importó mucho a los que vivían en el árbol, porque aquella miel, que era la envidia de las gentes de otros árboles, parecía no acabarse nunca y cada día aparecían más y más abejas que la producían sin cesar. Como por arte de magia.

Pero un día ocurrió algo insólito. Algo que nadie esperaba, aunque algunos pocos hacía rato que lo avecinaban con timidez: Alguien decidió, arrastrado por no se sabe muy bien cuáles motivos, tirarle una enorme piedra a aquel frágil y monstruoso panal. Una piedra aventada de tal manera, que la colmena que por casi un siglo había alimentado a varias generaciones con su pegajosa miel, se derrumbó de facto en fragmentos irreparables, que no solo desbordaron la preciada miel sobre la tierra sedienta, sino que liberaron, por primera vez , aquello que nunca nadie se había tomado la molestia de considerar, seriamente, hasta entonces: Las abejas.

Así, de aquel arruinado panal emergió un feroz enjambre asesino, que volaba más rápido que el sonido de su tenebroso zumbido, una nube de tormenta oscura y cerrera que conquistó todo el espacio en cuestión de segundos. Los habitantes del árbol, aterrorizados, corrían por sus vidas a las copas de otros árboles lejanos; algunos alérgicos tuvieron que aprender a respirar bajo el agua para escapar de la asfixiante plaga y otros, sencillamente, no les quedó otra que tratar de esquivar las abejas entre el ardor de las picaduras.

Muchos perecieron bajo los aguijones agresivos de aquellas abejas nerviosas, quienes sencillamente atacaban cualquier cosa que se moviese. Familias enteras se vieron destruidas, comunidades desmembradas y las instituciones desvalidas ante aquella hecatombe. Las abejas habían sido despertadas de un histórico letargo, el cual reclamaba ahora, a la frecuencia de aquel ensordecedor zumbido mortal, el contrapeso natural de las cosas.

Y aquel árbol nunca más fue el mismo.

Hoy en día casi nadie vive en él, porque los que permanecieron junto a su tronco no se atreven a llamar vida al banquete de sobras con el que los dejaron. Ya sus frutos no son tan abundantes y su sombra, rasgada por la incidente y calurosa luz del trópico, solo arropa a algunos que logran mantenerse a punta de un difícil y valiente equilibrio entre los escombros del desastre y las expectativas.

Dicen que las abejas se han calmado, pero que todavía reinan. Y muchos de los que corrieron por sus vidas, desde lejos ven las ruinas de aquel árbol con un respeto nuevo, con una añoranza por las generosas frutas que antes daba y con una agridulce nostalgia por su sombra única. Al igual que los que se quedaron, hinchados de picadas y ronchas.

Sin embargo, el árbol todavía da frutas buenas, aunque pocas, y todavía crece hojas y ramas, aunque ya no tan largas. Y los que recuerdan los buenos días del árbol, hablan mucho de cómo reconstruirlo y de cómo rescatarlo. De algún día volver a su familiar sombra y permanecer cubiertos por ella, aunque entendiendo ahora que para vivir de la miel, hay que saber llevarse con la furia de las abejas.


por David Cerqueiro R.

Publicado en el diario El Universal el día 16 de Octubre de 2010: http://www.eluniversal.com/2010/10/16/opi_art_la-furia-de-las-abej_16A4612693.shtml

jueves, 7 de octubre de 2010

Enredo

La mente es como una red de pescador: consta de un sinfín de puntos interconectados que juntos constituyen una estructura cuyo contenido es la conciencia. En esta estructura reposan las ideas, los criterios, las costumbres, las tradiciones, los valores, la experiencia, la memoria, entre otros. Es decir, la pesca del día.

Hay redes de todos los tamaños y no todas pescan lo mismo. Hay redes inmensas que requieren de varios botes para extenderlas y cargan toneladas de peces. Estas son las que mueven el mundo y las que con una gran magnitud generan cambios.

Hay otras más modestas, que se dedican a pescar solo ciertas categorías de peces en pocas cantidades, pero surten a sus familias de lo necesario sin falta. Estas son las redes trabajadoras, la base productiva de la sociedad. Las que por lo general nunca se rompen.

Existen muchos tipos de redes, de muchas formas y para distintos fines. Cada quien utiliza la red que le toca como puede y como quiere. Sobre todo como quiere.

Hay redes que se se les abren huecos de tanto mal usarlas. Y a pesar de que todavía algo pescan, no son tan efectivas como antes. Estas redes resultan del abuso de los pescadores, quienes intoxicados de intensas distracciones a veces descuidan la integridad de sus redes. Hay otras que se enredan entre si mismas, y a pesar de querer pescar, no pueden. Estas redes a veces vienen así de fábrica, o a veces se enredan en el camino sin explicación alguna. El caso es que, una vez enredadas, nada las desenreda. Los pescadores dueños de estas, pasan a depender de la solidaridad de los otros pescadores para sobrevivir, quienes con algo de lástima los socorren de por vida.

También hay redes que solo pescan basura y desperdicios del mar. De estas los pescadores siempre se quejan, sin a veces darse cuenta que depende exclusivamente de ellos cambiar de aguas.

Hay unas redes excepcionales que, aunque aparentemente salen a pescar al igual que las demás, siempre regresan con las más ricas cargas de peces, a veces cientos de ellos exóticos y sorprendentes que por si solos valen fortunas. Estas redes parecen ser un misterio para los demás y de sus pescadores solo se sabe que se la pasan silbando con un gesto extraño en el rostro, como el que hace alguien que sabe algo que los demás no.

Hay redes que se pierden en el fondo del mar y nunca más se rescatan; también hay redes que se multiplican para pescar más peces y poco a poco se van tejiendo a ellas mismas con paciencia y trabajo. Hay otros que, aunque tienen unas redes inmensas, cómodamente prefieren pescar solamente con una porción de estas.

Cada día aparecen nuevos tipos de redes para miles de usos nuevos. O al menos eso parece. Porque muchas veces los pescadores más viejos reconocen en algunas de ellas, redes antiguas.

Sin embargo, existen algunos extraños pescadores, bastante raros, que siempre están observando sus redes desde bajo el agua e independientemente de que estas estén llenas o vacías, rotas o enredadas, hundidas o descuidadas, siempre prefieren sumergirse hasta el fondo del océano, donde los peces nadan con libertad y donde a nadie le importa, en lo más mínimo, hablar de redes de pesca.


por David Cerqueiro R.


Publicado en el diario El Universal el día 9 de octubre de 2010: http://opinion.eluniversal.com/2010/10/09/opi_art_enredo_09A4580773.shtml

domingo, 26 de septiembre de 2010

El abstinente

En el año 2055, en Venezuela, se realizaron unas dramáticas elecciones presidenciales que arrojaron un resultado inesperado: Un empate perfecto. Después de decenas de revisiones las autoridades electorales de entonces, y gracias a la infalible tecnología de la época, concluyeron que, efectivamente, había ocurrido un fenómeno casi imposible de lo improbable que era.

Así, después de una gigantesca investigación, y bajo el ojo curioso de todos los países del mundo, consiguieron una salida; una arista suelta que había pasado desapercibida ante los casi perfectos conteos automatizados: Existía una sola persona que no había votado. El único abstinente de las cincuenta y nueve millones de personas que habitaban la república se llamaba Jesús Labrador y había cumplido los dieciocho años, edad mínima para sufragar, hacía apenas unos días.

La sociedad estalló de inmediato con uno de los debates más polémicos en la historia de las sociedades democráticas de la humanidad, se cuestionaba por doquier el rol del voto individual, las bases mismas de la real democracia y se exploraban todo tipo de alternativas ante aquel descabellado escenario.

Jesús observaba tímido aquel pandemonio que se erguía a su alrededor, donde su nombre estaba en boca de todos y de donde amenazas y bendiciones cruzaban el espacio disparadas, para alcanzarlo como flechas anónimas de puntas envenenadas y puntas romas. Manifestaciones callejeras se apoderaban de las esquinas entre saqueos e incendios que reflejaban la inmensa tensión acumulada de la gente, quien desesperada, clamaba por una solución. Esperaba Jesús silente y temeroso mientras la agobiante atención enfocada sobre él, como una lupa que concentra el calor del sol, aumentaba su intensidad.

Pasadas varias semanas, y en vista de tan complejo escenario que demandaba una pronta respuesta, la sociedad mundial decidió otorgarle a aquel inocente individuo, escogido por el destino, la oportunidad de ejercer su derecho al voto. Como ciudadano que era, como miembro de la sociedad a la que pertenecía, era él ahora, y por gracia de unas circunstancias supra especiales, el encargado de decidir el rumbo político del país entero. Sin embargo, hasta ese momento, nadie se había molestado en preguntarle a Jesús qué pensaba de todo aquello.

Los medios cada vez eran más feroces sobre aquel tema, que parecía nunca agotarse. Las campañas presidenciales reactivadas colmaban el espacio en busca del favor de Jesús, quien había perdido ya el derecho a su privacidad y cuya voz casi no se escuchaba ante el ruido imponente de la confusión generalizada. Las masas gritaban su nombre en pancartas, consignas provocadoras y graffitis en las paredes que imperativamente amenazaban: Jesús esperamos por ti.

Llegó finalmente el día de contabilizar aquel voto, que había significado para aquella sociedad el único pivote y que resumía, en el simple gesto tradicional de un meñique entintado, el punto de apoyo de una balanza invisible que sopesaba de cada lado los polos intransigentes de aquel estado enfermo.

Jesús se había dejado arrastrar por la presión de la marea manipuladora de las masas hasta el punto en que se vio así mismo, a la merced de decenas de cámaras y micrófonos frente a la cuadricula de candidatos a la presidencia la cual se dividía en las dos opciones tradicionales: la blanca o la negra. Era el momento más anticipado en la historia de los procesos electorales del mundo y Jesús hizo por fin su movida. Lo que para muchos fue, lo que debía hacer.

Meses después, las paredes de las calles escondían el nombre de Jesús olvidado bajo pancartas nuevas que promocionaban los eventos de la temporada. Las calles murmuraban el trajín usual de sus transeúntes ocupados en sus vidas, y ya casi nadie hablaba sobre aquel personaje que una vez capturó la atención del mundo entero. Los problemas típicos de la ciudad permanecían vivos y los sin sabores de aquella sociedad seguían intactos, aunque impregnados de una rara calma. Para cualquiera que no hubiese estado enterado de la convulsión que Jesús había generado meses antes, aquel país aparentaba ser uno como cualquier otro.

Excepto por la curiosa particularidad de ser el primer estado democrático regido por dos presidentes electos simultáneamente y un mártir religioso quien ofreció su vida con un infarto, justo antes de haberse manchado sus dedos con la indeleble tinta de la política.


por David Cerqueiro R.

Publicado en el diario El Universal el día 02 de octubre de 2010: http://opinion.eluniversal.com/2010/10/02/opi_art_el-abstinente_02A4549811.shtml

sábado, 18 de septiembre de 2010

El interrogatorio

El detective McLellan nunca tuvo una carrera fácil ya que en la jefatura de policía del caserío Las Tres Matas, ser descendiente de irlandeses era visto con algo de recelo. En esta ocasión, sin embargo, en la salita de interrogación de la jefatura, la cual era un improvisado rincón temporal que conectaba, desde 1981, con el único baño disponible, el trabajo en progreso desde hace más de ocho horas presentaba un reto inusual.

El principal sospechoso de un ambicioso robo, llevado a cabo limpiamente en el almacén de licores del pueblo con unos camiones de basura meses atrás, Jhony “sonrisita” Rosales, estaba sentado frente al comisario McLellan esposado a la silla, con la cara hinchada de tantas preguntas y esbozando aún su famosa sonrisita. La cual no ayudaba a la hinchazón.

McLellan necesitaba la confesión por escrito de Sonrisita, pues sabía que cerrar este caso significaría para él el ascenso que tanto esperaba desde hace años. La ambición de McLellan lo había llevado años atrás a atender un cursillo de seguridad pública de cinco días en la policía del norte de Irlanda, al cual logró asistir gracias a su condición de descendiente de irlandeses, a un “financiamiento" de la alcaldía y a su gran arrojo, pues McLellan no hablaba inglés. El irlandés era su tatarabuelo que nadie nunca conoció. Sin embargo el bonito certificado de participación del cual solo se entendía el nombre de McLellan en tinta, colgaba enmarcado orgulloso en un rincón de la jefatura al lado de los bebederos.

Ya eran las tres de la tarde y McLellan por primera vez había dejado pasar la hora del almuerzo. El expediente de sonrisita incluía toda la información necesaria para la investigación, pero omitía un detalle importante, algo que determinaría el éxito o el total fracaso del interrogatorio de McLellan y la razón por la cual aquella sesión de interrogación se había convertido en una pesadilla: Sonrisita era tartamudo.

Increíblemente la intermitente coartada de Sonrisita encajaba perfectamente con la investigación. No había manera de incriminarlo. Mientras tanto el asfixiante calor, casi auto adhesivo, arropaba cada vez más la incómoda salita de interrogatorios. Los gigantescos zancudos, que parecían jeringas invisibles, punzaban hasta las paredes. En un rincón de la salita reposaba desde tempranas horas de la mañana, sobre una mesita de plástico, una jarra de jugo de tamarindo hirviente, con una capa de zancudos muertos que cubrían la superficie del agua ya separada del tamarindo. El cenicero desbordaba de colillas angustiosas y los antiguos ventiladores del techo parecían a veces detenerse y lentamente girar en sentido contrario. Y la cara hinchada y ya ensangrentada de Sonrisita Rosales seguía sonriendo.

McLellan lo había probado todo. Había sido el interrogatorio más difícil de su vida y se había convertido ya en el más importante. Después de tantas horas, solo había podido sacarle al macabro tartamudo unas pocas lineas completas que en realidad no esclarecían nada. Supo entonces que había llegado la hora de decidir el futuro de su carrera. Era el momento de saber en realidad cuánto deseaba resolver aquel caso imposible.

McLellan palpó el bolsillo de su camisa para darse cuenta de que no le quedaban cigarros, levantó la mirada y observó por varios segundos el rincón de los bebederos y arrugando el escueto empaque de aluminio de los cigarros terminados, miró a sonrisita fijamente a los ojos y con una voluntad arraigada en algo que solo podía ser de carácter divino, y con la voz más calmada que sonrisita había escuchado en su vida, le dijo: Comencemos desde el principio.

Fue entonces la primera vez que Sonrisita Rosales estuvo serio.


por David Cerqueiro R.

Publicado en el diario El Universal el 25 de septiembre de 2010: http://caracas.eluniversal.com/2010/09/25/opi_art_el-interrogatorio_25A4503141.shtml

jueves, 9 de septiembre de 2010

Héroes

Lo más intimidante de Ramón era que hacía rato que había cumplido los 12 años y parecía no importarle. Podía entrar al cine a ver películas censura “B” cuando quisiera, pues era su derecho como persona que ya había alcanzado la edad requerida. Es decir, pertenecía a la glamorosa élite de los adultos a la cual yo ni soñaba siquiera acercarme.

Ramón era capaz de englobar en una sola frase todo lo que estaba prohibido por los íconos más sagrados de la autoridad de mi familia, como mi abuela y mi papá. A veces yo fantaseaba con organizar un debate entre mis familiares y el bárbaro de Ramón, a ver quién tenía la razón al final, porque de cualquier manera implicaba esto presenciar la caída de un coloso.

Durante los juegos de futbolito en el patio del edificio, Ramón, que esperaba su turno para jugar desde la banca improvisada, se dedicaba a atormentar niños pequeños con frases como “tráeme a tu papá para reventarlo a golpes”, las cuales bastaban para que más de un niño recogiera sus cosas y se escondiera amedrentado y confundido en su habitación. Ramón era un artista del abuso, un mago de la provocación, era el más temido y el más respetado de todo lo que yo conocía. En aquel entonces, solo bastaba pronunciar una palabra para que todo mundo entendiera el lugar que le correspondía y el orden natural de las cosas: Ramón. Era el héroe de todos.

Una vez vimos como se entró a golpes con un mecánico del pueblo, un tipo que tenía como 17 años y había abandonado la escuela; que podía fumarse un cigarro entero sin quitárselo de la boca y siempre cargaba un viejo suéter sin mangas lleno de grasa. Pues a ese idiota, Ramón casi lo mata. Nunca olvidaré la vez que lo vi en la panadería comiendo solo, cabizbajo y con un suéter nuevo.

Veinte años después, todos los de aquella época habían hecho su camino y se habían alejado del patio del edificio. Muchos estudiaron, se casaron y tienen familia. Otros se hicieron famosos por alguna razón y otros, de tan lejos que estaban probando fortuna, no se sabía nada. De Ramón escuché, que lo habían matado porqué trató de robar una casa de cambio, con otros dos tipos que trabajaban con él en un matadero de reses en el interior del país; que dejó dos hijas de madres diferentes y que últimamente andaba muy nostálgico hablando de nosotros, los que lo conocimos de niño.

Desde entonces, dejé de creer en héroes.


por David Cerqueiro R.

Publicado en el diario El Universal el día 13 de septiembre de 2010: http://opinion.eluniversal.com/2010/09/13/opi_art_heroes_13A4451891.shtml

miércoles, 25 de agosto de 2010

Violencia

Hay violencia porque hay pobreza.
Hay pobreza porque hay corrupción.
Hay corrupción porque no hay valores.
No hay valores porque no hay cultura.
No hay cultura porque no hay historia y la que hay, recién ayer la escribimos.
No hay historia porque un día interrumpimos el tiempo y su ritmo para siempre.

Violentamente.


por David Cerqueiro

sábado, 31 de julio de 2010

El regalo de Tomás (Cuento)

Tomás nunca había visto la tapa de un libro tan sencilla y a la vez tan misteriosa. Su tío Claudio, quien servía como arriero a una de las familias potentadas de la región, había recibido como regalo por parte del hermano de su patrón, quien recién llegaba de España, aquel diminuto libro sin título que parecía no tener ningún grabado que lo ilustrara. Claudio sabía que el hermano europeo del patrón era un tanto diferente al resto de la familia, por el respeto con que siempre trataba a Claudio. A él eso le gustaba.

Sin embargo, como Claudio nunca había aprendido a leer, a pesar de estar muy agradecido ante el generoso gesto del viajero, decidió regalarle aquel libro a su sobrino favorito.

Las páginas de este libro eran de un papel muy grueso y resistente, pensaba Tomás mientras acariciaba cada una de ellas. Pensó también que debía tratarse de un libro de mucho valor. El lomo, estaba firmemente reforzado con un delgado hilo color rojo que formaba una flexible columna que soportaba las elegantes páginas manuscritas en caligrafía a tinta.

Tomás había aprendido a leer a temprana edad, gracias a la generosa diligencia de unas misioneras religiosas que, cuando Tomás era niño, pasaron una temporada en su pueblo catequizando a todomundo. Aunque Tomás no recordaba mucho las clases de aquellos letárgicos catecismos, los cuales siempre terminaban con un dulce de lechoza y un vaso de guarapo e' papelón como premio a los que asistían, siempre le quedó el orgullo de haber aprendido a leer como se debe.

Al final del día y después de haber lavado los establos, alimentado el ganado y recolectar el agua y la leña para la cocina del día, como le ordenara su padre, Tomás se dispuso a explorar el preciado regalo que su tío le había dado. Así, bajo la luz de un tocón de velón, y en la quietud de un rincón del suelo de la casa, Tomás pasó su primera noche desvelado viajando por las letras de aquel maravilloso texto que hablaba de cosas que él nunca había siquiera imaginado. Aquel extraño libro que viajó desde el otro lado del océano por meses, había conseguido su destino final en las manos de Tomás y era ahora, él, el escogido para recibir la luz que de sus páginas parecía emanar.

Largos párrafos hablaban sobre los hombres del mundo como si todos fuesen iguales y a Tomás esto le gustaba. En aquel libro se exhaltaba de una manera casi lírica el hecho de haber nacido, el derecho a las ideas, a la libertad, algo que aparentemente pertenecía a todos por derecho divino. Se inundaba de dignidades y alabanzas a los aspectos más simples del ser humano, como la capacidad de expresar lo que piensa y discutirlo con otros, entre otras tantas ideas fascinantes cada una más inquietante que la anterior.

Nunca Tomás había leído algo tan conmovedor, tan único y tan real. Nunca había sentido que una palabra escrita causara semejante impacto en él, y menos sin saber quién la escribía. Y Tomás supo así, desde aquella corta y oscura noche, que nunca más volvería a ser el mismo.

A la mañana siguiente Tomás no sentía ningún cansancio, a pesar de haber pasado la noche leyendo encorvado bajo la tenua luz del precario velón, que sorpresivamente ardió encendido más tiempo del usual. Mientras iba camino a la plantación donde trabajaba por las mañanas, Tomás halaba por el freno a la vieja mula de su familia, que últimamente había cogido el hábito de detenerse repentínamente a mitad de camino y sentarse con la carga a cuestas. Para Tomás este era un cotidiano problema que debía resolver “a palo limpio”. Sin embargo, en el fondo Tomás entendía que la pobre mula que alguna vez fuese de su difunta abuela, ya merecía sentarse a descansar.

Mientras esto ocurría, en el mercado de la plaza del pueblo Tomás escuchó el canto alarmista de un niño pregonero que anunciaba las noticias que llegaban de otras partes. Por aquel exclusivo servicio social, el niño recibía al final de la semana una moneda de plata, la cual compartía con sus otros siete hermanos menores. A Tomás esto no le gustaba.

Sin embargo esta vez escuchó al niño gritar, con la ingenuidad de alguien que repite lo que le dicen, algo que lo detuvo en el sitio junto a la relajada mula de su abuela: ¡Noticias de la Europa! Que hablaban de algo que Tomás no entendía muy bien. La gente comentaba murmurosa en la calle y se respiraba en el aire un aroma nervioso, como el que se respira cuando se le dice a la mujer que a uno le gusta, lo que se siente por ella.

Tomás recordó de pronto el libro que le había despertado para siempre las ideas que ahora retumbaban en su cabeza y que parecían acelerar. Algo importante estaba ocurriendo y Tomás, aunque lo sabía muy bien, no terminaba de entenderlo.

Durante el resto de la tarde y parte de la noche las fuerzas reales, que iban de camino a la capital, se desplazaban ágiles y marciales por todo el pueblo. Diligencias aristócratas iban y venían en una ola creciente de sosobra que teñía la atmósfera de lo que siempre había sido un pueblo tranquilo. La gente se refugiaba en sus casas, y los campos estaban desiertos porque no habían ya patrones que los supervisaran. Las ideas de aquel libro retumbaban cada vez más en las sienes de Tomás quien creyó por un momento estar “contagiado” de algo extraño que lo enajenaba de sí mismo.

Fue entonces cuando Tomás vió llegar, a la plaza del pueblo y con paso acelerado, a un peculiar grupo de personas. Eran de aquellos que Tomás siempre veía bien vestidos, discutiendo con disimulo y con un lenguaje un poco raro en las tabernas del pueblo cuando caía la noche, cuando alguna vez le tocó hacer un mandado especial para su padre.

Venían con antorchas y demandaban amenzantes la presencia del Virrey. Repartían panfletos, cientos de ellos que caían por el suelo y eran pisados por los caballos de los curiosos que se acercaban a atender aquel tumulto. Tomás se acercó prudente al borde de el círculo que ya formaban aquellos señores, y de un charco de lodo rescató uno de los panfletos que decía en letras muy grandes de linotipo: ¡Libertad, Igualdad, Fraternidad!

Tomás observaba como todos, enardecidos, aupaban las palabras de aquellos rebeldes, que cada vez más inflaban, con el aire de su audaz retórica, aquella rara atmósfera que se había apoderado del pueblo. Supo Tomás entonces, que aquellas ideas que le llegaron desde el otro lado del mundo, en aquel extraño y diminuto libro que le había regalado su tío, no llegaron solamente para él.

Y a Tomás eso le gustó más que nada.


por David Cerqueiro R.

jueves, 22 de julio de 2010

Carrusel

Hay un carrusel absurdo en donde dan algodón de azúcar y premios a aquellos que se monten en sus estúpidas figuras de caballos afeminados y tazas de té. Donde la música que suena cuando gira nauseabúndamente, es tan atorrante como empalagosa. Es la única atracción del parque y a la cual todos, sin que quede alguno por fuera, deben acudir si es que quieren algo del escaso dulce de la diversión.

Todos se avalanzan sobre aquel tiovivo del que todos hablan, tropezándose unos con otros como bestias en una manada alebrestada por el miedo. Todos sonríen histéricamente, mientras ceñidos a los ornamentados tubos de los macabros figurines, complacen desorientados la mirada morbosa de los curiosos. Mientras más gira, en su débil centrífuga inacelerada y opaca, más inaguantables se convierten toda su farsa y los que la alimentan.

¡Me han arrastrado a montarme en este carrusel! No fui yo, nunca, quien decidió viajar en tal armatoste vergonzoso ¡Ni por un segundo! Como todos, quise mi golosina y acudí al parque por ella. Pero hubiese preferido jamás tenerla, a haberme convertido en el hueco casco inánime que hoy posa obligado para las fotos de tal avergonzante trampa.

Sin embargo, alzo mi voz en contra de la música, en contra del mareo de tanto girar alrededor de nada pero nadie quiere escucharme. Porque para ellos soy solo el niño amargado, de raro comportar, que prefiere estar con sus padres caminando en el parque, a la plástica euforia de este macabro carrusel que pareciera nunca detenerse.

Ya no quiero el azúcar, ya no quiero la novedad ni el estímulo de lo especial. Ya no quiero creer que la diversión se encuentra en un lugar aparte. Sólo pido, por lo que más quieran, que de este trágico carrusel me dejen bajar.


por David Cerqueiro R.

Publicado en el diario El Universal el 27 de julio de 2010: http://www.eluniversal.com/2010/07/27/opi_art_carrusel_27A4248571.shtml

jueves, 24 de junio de 2010

Gorda

De tu única curva, grosa y total, se desprende una exuberancia imponente que deja en claro y de una vez por todas lo indiscutible: que ya nada te importa, gorda. En tu sonrisa ingenua de amistades duraderas y de amplio corazón, se opaca amedrentada la voluptuosidad de tu magna estampa y es de tu hábil lengua que florecen las palabras que de ella distraen. Aunque inútilmente.

Bajo el sol del verano, tu piel trabajadora se queja en silencio bajo el semi cuero barato de la única talla para ti, mientras diminutas joyas, que de tus invisibles muñecas cuelgan tintineantes, no paran de destellar como el segundero regresivo de una bomba a punto de explotar.

Me dicen, gorda, que una vez te comiste a un hombre vivo, y que cuando reclamaron sus huesos para rezarlo, te quejaste posesiva de que no tuviste tiempo de desayunar. También escuché comentar que una vez derramaste una piscina, cuando cruel te zambulliste en ella sin pensar en los niños que por el aire volaron, y que después de aquel desastre, sonreíste encantadora para ordenar un tentempié al incauto mesonero empapado.

Todos te adoran, gorda, porque no paras de agradar y porque eres la viva prueba de que mejor es más. Sabes que las chicas lindas de anorexias y vomitar, añoran en secreto el placer de tu comodidad, mientras sudadas de deporte se torturan para no escuchar, el murmurar de los otros cuando te ven pasar que siempre ha resbalado de ti como de un engrasado tobogán.

¡Qué grande eres gorda! ¡Y cómo lo sabes llevar! Que si yo fuera otro gordo, te haría mía sin dudar y me comería contigo el mundo con un café, un bizcocho y un cruasán.


por David Cerqueiro R.

Publicado en el diario El Universal el 03 de julio de 2010: http://opinion.eluniversal.com/2010/07/03/opi_art_gorda_03A4124691.shtml

lunes, 21 de junio de 2010

A la sombra del Goliat

Sabrás que llegó la hora cuando el tiempo deje de importarte. Sabrás que estás en el camino correcto y en la dirección perfecta cuando todos te llamen loco y sus miradas, desdeñosas desde su soberbia ceguera, te infundan miedo. Sabrás que eres tú quien debe hacer el trabajo, y nadie más, cuando tu propia voz sea más fuerte que el ruido que vociferan mil bestias y cuando al ver los pájaros volar, solo pienses en regocijarte por el aire que los levanta generoso e indiferente.

Sabrás que sí es posible, cuando entiendas que toda palabra tuya es un decreto existencial y toda acción efectuada por ti es una orden absoluta que cincela la realidad para siempre, y cuando absorbas la verdad innegable de que nada es lo que parece ni lo que dice parecer.

Sabrás que no hay marcha atrás cuando percibas que ya no existe la distancia y cuando sientas el frío suave y macabro que, aun sin embargo en aquel momento, tratará de nublarte el juicio con sus más poderosos espejismos.

Sabrás tú entonces, y sólo entonces, que te encuentras bajo la sombra del Goliat y que tu turno ha llegado.


por David Cerqueiro R.

Publicado en el diario El Universal el 26 de junio de 2010 >>> http://calidaddevida.eluniversal.com/2010/06/26/opi_art_a-la-sombra-del-goli_26A4088411.shtml

domingo, 6 de junio de 2010

El hombre más lógico del mundo

Había llegado la hora en que el sol se habría apagado para siempre, y mientras la humanidad se arrepentía histérica de su ceguera y desesperada se aferraba a los falsos Dioses, la noticia del apagón recién llegaba a los oídos del hombre más lógico del mundo.

Quedaban pocas horas para sentir los estragos del último claudique de nuestro sistema cósmico y la ciencia del hombre, como un niño perdido en un parque de atracciones, no supo sino rendirse ante lo inevitable. La oscuridad aún no se apoderaba del espacio, pero se sabía ya que venía en camino y el hombre más lógico de nuestro mundo observaba atento a todo lo que ocurría.

¿De qué valían ahora todas las preocupaciones del hombre? ¿Dónde quedaban la envidia, la vergüenza, el miedo, la soledad, el dinero, el placer y el orgullo? ¿Qué hacer y qué decir, y para qué? ¿Qué eran los seres queridos y los enemigos, las guerras y las razas, los complejos y los atributos en esta hora en que todo quedaría reducido al último soplo de las tinieblas? Todo esto cruzaba por la mente del hombre más lógico del mundo.

Las familias lloraban unidas arropadas por el miedo y la confusión, mientras reproches de toda índole se pronunciaban entre unos y otros buscando culpables o responsables; intentado aliviar la inaguantable carga de lo inevadible, sin lograr digerir lo real y últimadamente determinante de lo que ocurría.

Los medios de comunicación desaparecieron. Solo el ruido natural del vacío se escuchaba en los parlantes de las radios y televisores; los servicios colapsaron y solo volaba en el aire el olor de la pánica expectativa.

El hombre más lógico del mundo, solitario y ajeno al temor colectivo, observaba y razonaba en silencio. Su creencia en el orden lógico de las cosas hacía rato se había probado insuficiente para resolver “el problema”. Todas las salidas parecían, ante sus ojos, cerradas para siempre y la resignación resultaba ser el producto final de todas sus deducciones.

Recordó el hombre más lógico del mundo, todo aquello a lo que nunca prestó atención durante el transcurso de su vida. Recordó oraciones, ritos, costumbres que siempre fueron para él nada más que placebos y sugestiones que el hombre ilógico empleaba para calmar el ruido de su propia ignorancia; recordó opiniones absurdas de conocidos de días pasados, desdeñados por su tajante e insuperable lógica, las cuales nunca fueron dignas de más de un minuto de su escaso tiempo. El cual, por cierto, ya no importaba.

Por su mente se pasearon frases célebres de figuras históricas de la humanidad, que nunca representaron para él más que oportunistas cápsulas retóricas limitadas siempre por las circunstancias de su momento. Así, mientras más recordaba y observaba el hombre más lógico del mundo como todo se derrumbaba a su alrededor, más evidente era el resultado de su diagnóstico: No había escapatoria.

La oscuridad por fin hizo su aparición y un sublime y suave frío vino con ella. Se oían gritos de terror en las calles incendiadas, niños que lloraban angustiados y perros que ladraban afónicos ante la majestuosidad del regio fin.

Fue entonces cuando el hombre más lógico del mundo, sin saber por qué, cerró los ojos arrastrado por un impulso nuevo e irrefrenable y se imaginó la luz del sol que ya extinto había sentenciado la suerte de la humanidad. Pudo ver su fuerte luz blanca que percutaba sus propios pensamientos los cuales no paraban de cuestionar y juzgar la razón de todo. Él pudo verse a si mismo batallando hábilmente en contra de aquella luz, cálida y potente a pesar de no entenderla. Mientras veía, oía el llanto de la gente cada vez más lejos y cada vez más un ambiguo calor comenzaba a deslastrarle desde adentro. Sus pensamientos, cada vez más difusos, se atropellaban entre ellos y conformaban ya una deforme nube incoherente de palabras y recuerdos, de sueños e ideas que se quemaban lentamente ante el imposible brillo que parecía conquistarlo todo.Y después: silencio.

Más nunca se escucharon voces ni pensamientos. No se supo más del mundo ni de él mismo, ni de las gentes y sus ritos, ni de las guerras ni los genocidios. Más nunca se sintió frío, ni más nunca se sintió la gravedad, o el sueño, o la mentira, o la risa, o la calma. El movimiento del tiempo ya no traía consigo la inercía de su línea y el espacio ya no era aquel contenedor abstracto del cual todo se separaba. La luz era y con ella todo aquello que una vez dependió de ella, porque fue entonces cuando el hombre más lógico de aquel mundo ardió para siempre.


por David Cerqueiro R.

Publicado en el diario El Universal el 10 de junio de 2010: http://www.eluniversal.com/2010/06/10/opi_art_el-hombre-mas-logico_10A3991891.shtml

lunes, 31 de mayo de 2010

Oda daltoniana

Roja es la manzana que engulliste golosa, mujer, y por eso roja es la alarma que brota cada veintiocho días de ti para recordarte que el tiempo no te pasa en vano. O al menos eso nos dijeron. Rojos eran tus labios que manchaban etílicos el cuello de mi primera camisa, mientras me besabas atorada y encendida en un arrebato hormonal adolescente. Rojo es el capote con el que se asusta al toro y roja es la arena después de que este, después de darlo todo, es mutilado por el vino, rojo también, del paso doble ocioso.

Roja es la marea que nos enseña, que en este mundo la misma mano que nos alimenta es la misma que nos asfixia, así como roja es la aurora que se levanta soberbia sobre el espacio nórdico y nos dibuja los límites de nuestro cielo. Roja es la piel de los indios que matamos y después ridiculizamos en nuestros libros de historia, así como roja es la atmósfera del planeta que soñamos un día vendrá a modernizarnos, con la esperanza de no correr la misma suerte de nuestros colonizados.

Roja es la camisa de aquellos que pretendieron organizar al hombre, pero que no pudieron evitar a la vez limitarlo. Roja es la zona donde se alquila a diario el cariño de las mujeres flexibles y de autoestima remendada, así como roja es la luz que esconde las abolladuras de su desengaño. Pero también rojo es el traje de los obispos que desde su atrio condenan miedosos aquella rojez, mientras de negro la visitan sedientos cuando cae la noche.

Rojo es el diablo y su infierno los cuales creamos para describir lo más oscuro de nosotros mismos y rojo es el falso amor, que venden en las tarjetas de cumpleaños con corazones inflados, y de las cuales solo importa el dinero que adentro traigan.

Al menos que por una falta mía, todos estos en realidad verdes sean.


por David Cerqueiro R.

domingo, 30 de mayo de 2010

Mi equipo

No solo son el hombre y su mundo absurdamente insignificantes ante la vastedad del abrumador infinito que es el universo. No solo toda nuestra historia como humanidad, de procesos milenarios de evolución, de guerras, cataclismos y hallazgos, es equivalente a una fracción de la estela de la nada, en comparación con aquella parte del universo, minúscula aun sin embargo, que decimos conocer desde nuestra estúpida y primitiva sensorialidad y arcaica tridimensionalidad.

No solo nuestras mentes más inquietas y más poderosas se auto-aniquilan de facto, ante la mera idea de explorar la noción de la vastedad del imperio total de la naturaleza, en un derrumbe instantáneo y absoluto que no hace más que recalcar lo casi inexistentes que somos, lo ridículos y lo increíblemente innecesarios; incluso en la más micro de las medidas.

Sino, que aunada a esta aparente condena cósmica insistimos, con ahínco y con el poco albedrío autónomo que nos salpicó la creación, en fragmentar en pedazos, increíblemente más pequeños y proporcionalmente más absurdos, nuestra irrisoria especie.

Fabricamos telas de fibras de nuestra tierra, para después teñirlas con los colores del espectro de la misma luz que respira en la bronquia del padre universo y les llamamos banderas. Que porque ondean algunos metros más altas que nuestras cabezas, al golpe del viento de nuestra atmósfera, alimentan la destructiva alucinación generacional de que realmente representan algo.

Nos agrupamos en racimos casi bacteriales que llamamos culturas y de ahí pretendemos fomentar un orgullo excluyente y fragmentario, que no es más que la ilusoria impresión bioquímica de un basiquísimo y supra limitado mecanismo egóico que llamamos mente. Y aunque parezca aún más increíble, dentro de tales racimos creamos más sub grupos, los cuales niegan su pertenencia a cualquier otra cosa que no sean ellos mismos. Intentamos clasificar tales racimos por sus características obvias, como su color, forma y orígen, y cuando estas clasificaciones caducan desde la perspectiva del maleable tiempo, ya sea por sus naturales mutaciones o fusiones con otros racimos, preferimos destruirlos a todos y creamos lo que llamamos guerra. Porque no solo es nuestra actitud ante el infinito sicótica y venenósamente artificial, sino que además es inflexible, aislatoria e implosiva.

Así existimos, si a la pasajera presencia de tal irreducible escala se le puede dignificar con este término, en un tímido chispazo de luz tenue que delimita en sus extremos con inescrutable ceniza y, sin embargo, pretendemos durante ese brevísimo período, capturar y dominar el todo del que ni siquiera comprendemos cómo o por qué es que nos contiene.

Y a pesar de todo esto, un buen amigo se me acerca confiado, bajo la sensación de coherencia que le da su percepción de las cosas y con una ligereza casi conmovedora me pregunta: ¿A qué equipo le vas en este mundial de fútbol?


por David Cerqueiro

lunes, 10 de mayo de 2010

Mil heridas

Nena, cuando te hago llorar no eres tú la que llora, soy yo el que solloza a través de ti. Porque cada palabra mía que provoca tu llanto, es otra vieja espina más que tú logras sacarme. Porque es en tus lágrimas que veo cuán sucias son mis heridas, y es con tus lágrimas también que las limpio. Y todo gracias a ti.

Y, aunque por tu marea terca de querer entenderme, es que tus ojos ya casi oxidan, no descanses mi nena querida, ni te me seques de repente; que es tu dulce paciencia la mejor prueba de que por cada beso tuyo, valen la pena mil heridas de las mías.


por David Cerqueiro

sábado, 8 de mayo de 2010

Si yo fuera presidente

Si yo fuera presidente de Venezuela,
si el destino diera tal vuelco a la necedad,
juro que no me temblaría el pulso
para decir clarita la verdad.

Si me dieran a mí ese honor,
donde se ha sentado tanto héroe
y donde se ha reclinado tanto malechor,
juro que no dudaría un segundo
de dejar para el final lo mejor.

Mi voz sería propagada
por la radio y la televisión
y mi cara retratada
con sonrisota de estafador,
y mis trajes y mi ropa
ya no serían de algodón,
sino de fino lino
del que se compra en el exterior.

Sería todo muy confuso
y todos esperarían de mí
que proclame alguna ley
o que decrete algún festín,
para que todos en sus casas
puedan a sus hijos decir,
con tranquilidad en el rostro
qué bien se vive con David.

Pero juro que no dudara
una vez montado todo el tarantín,
de convocar todos los micrófonos,
todo periódico y pasquín,
para dejar bien clarito
en español claro y audible
que en Venezuela todo remedio
ya resulta inservible.

Porque la enfermedad que nos azota
desde hace más de tres siglos
no tiene nombre de campaña,
ni bandera ni partido,
porque así traigamos al chivúo
a encargarse de este lío
estoy seguro que otra cruz
alzaríamos con brío.

Y cerrara mi discurso,
el único de mi período,
con una fresca invitación
a todo el que paró su oído,
mientras dejo en el suelo el paltó que me han medido:

Me voy a mi casa a seguir trabajando,
a escurrirme la desidia y a no seguir peleando;
a ahorrar para el futuro y a no beberme el aguinaldo
y a respetar las luces y a darle al otro el paso.

Me voy a donde mi novia que tiene tez trigueña,
que tiene una hermana rubia y tiene una prima negra;
a pagar los impuestos y a no botar basura,
y a prender la luz de mi casa
que hace rato que está oscura.

A educarme primero para crecer después,
y arreglar los valores que dejé al revés;
a respetarme a mí mismo y a creer en usted
y comenzar a tratarnos como gente de pie.

Porque si los que me escucharan
entre tanta politiquería,
hicieran lo mismo así sea una vez al día,
nos dieramos cuenta aunque a regañadientes,
que en este país,
lo menos que hace falta
es que venga otro presidente.

por David Cerqueiro

publicado en el diario El Universal el 13 de mayo de 2010: http://www.eluniversal.com/2010/05/13/opi_art_si-yo-fuera-presiden_13A3877405.shtml

viernes, 23 de abril de 2010

Un breve intento ontológico

Soy los cumpleaños infantiles en un parquecito en Caracas con Serenata Guayanesa, quesillo, torta y gelatina con papelillo. Soy los muñecos de los amos del universo con los personajes traidos de Estados Unidos de las temporadas que no transmitían en Venezuela, pero siempre sin He-Man. Soy los G.I. Joe, soy el extrañísimo Atari 7800 , soy el Nintendo de imitación, el Super Nintendo y las trescientas señoras de servicio que pasaron por casa, robaron y se fueron.

Soy el chamo nuevo en el colegio, en el edificio, en la urbanización, en el pueblo. Soy el de apellido raro, de cara familiar y actitud ajena. Soy el que escuchaba power metal cuando todos bailaban tecno-merengue. Soy el que tocaba blues cuando se cansó de pretender que era de Seattle y el que disfrutó la Salsa cuando entendió que para el blues no era lo suficientemente americano ni negro. Soy el que se rapó el coco, se decoloró el pelo y creció un afro en 1997; probó todas las posibilidades de barba, se martirizó el cuero cabelludo con dreadlocks, se perforó las cejas e incluso se las afeitó. Soy el pana de todos y el amigo de nadie. Soy el Jeet Kune Do, soy la filosofía, el cine de autor y los Beatles de manera intransigente. Soy los no-deportes, la magia, el ajedrez y soy el ron con Coca Cola. Soy el que nunca tuvo ni muchas ni pocas novias y niguna duró más de un año. Soy el que no es gordo, ni flaco, ni alto, ni enano, ni rico, ni pobre. Soy San Antonio de los Altos, soy Caracas, soy el Metro, soy la noche, la fotografía y el video.

Soy la tertulia política que se cercenó del resto, con valentía pero con dolor. Soy Krishnamurti, Bolívar y Lennon. Soy ocho pares de zapatos Adidas, soy el altanero que al final solo quiere paz, soy Arturo Uslar Pietri, soy Alemania, soy España y Colombia. Soy el chiste bueno que nunca habías oído porque recién lo inventaba, soy el hermano menor, soy el mayor y soy el catire. Soy la música hábil, la tendencia irreverente y la conservadora disciplina en el quehacer artístico y de ahí la incansable crítica a la estupidez farsante. Y a veces soy el primero de la farsa. Soy la quinta pata del gato porque las otras cuatro hipnotizan, soy la contradicción sin complejo, soy la franqueza brutal y terrorista y el orgullo en extinción. Soy el que conociste hace unos años, te saludaba amigablemente, pero nuca supo tu nombre y está seguro de que no recuerdas el suyo tampoco. Soy el que respeta el intelecto antes que la fácil fortuna y el que, a pesar de tener la razón muchas veces, permaneció callado. También soy el que habló cuando no debía, el que cantó cuando no podía y el que se leyó todo el libro a pesar de que no entendía.

Y sin embargo, a veces no sé quién soy.

por David Cerqueiro

lunes, 12 de abril de 2010

No soy

No soy chavista y no soy escuálido. No soy católico y mucho menos romano. Tampoco soy ateo, cínico o resignado. No soy rico ni soy pobre ni tengo apellidos de gran renombre. No soy europeo ni soy asiático, tampoco indígena, negro o americano .

No soy tu amigo ni soy tu hermano, no soy tu amante, ni tu novio, ni tu esclavo. No tengo rencor ni tengo afecto, ni tengo interés por lo que es cierto. No tengo fama ni reputación, ni tengo ganas de oir tu opinión. No soy de aquí, no soy de allá ni pertenezco a una sociedad. No espero nada y nada dejo, no escucho voces ni mensajes en el viento. No creo en ti ni en los tuyos, ni creo en eso que llaman futuro.

No creo tampoco en el pasado que todos los días cambia. No me señales ni me busques, ni trates de esculpir mi nombre. No pretendas que me conoces y ni siquiera intentes ignorarme. No me llames ni me mentes ni dejes tampoco de invitarme, porque en el momento que algo de esto ocurra, ya no estaré.


por David Cerqueiro.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Things we said today

Crecí escuchando los Beatles, porque en mi casa eran considerados casi una religión. En ellos se personificaba la gloria de la juventud, la genial irreverencia y la autonomía de las ideas propias en antagonía al rígido status quo de la Europa post guerra. Claro que todas estas connotaciones no las pronunciaban así en mi casa; allá sencillamente todo lo que hicieron los Beatles era considerado como perfecto.

Sin embargo, con el tiempo y después de años de reflexión sobre el tema, llegué a entender que de los Beatles había que aprender una escurridiza y difícil lección: No ser como ellos.

Porque la idea de la historia, si existe tal cosa, es aprender de ella para mejorar el día de hoy, sin negarlo y sin relegarlo a un segundo lugar ante la resabida experiencia de aquella. Y no para permanecer en un cretino estado mental en el que todo lo presente vive a la sombra del pasado.

Porque los héroes de antes son tales, porque vivieron su tiempo y su espacio a plenitud. Aunque muchos de ellos macerados por la innegable sabiduría de la historia, siempre lograron mantenerse actuales y reales. Es decir, gente seria.

La idea de que todo en el universo es un constante fluir donde nada es estático, es reconfortante para esta perspectiva. Y son las mentes de las personas, estancadas en sus paradigmas y conclusiones absurdas las que oponen la verdadera resistencia al fluir natural del todo.

Así, pensar que como los Beatles no existirá otra banda nunca más, es totalmente cierto. Y mejor así. Porque los Beatles fueron una banda de los años sesenta, que hicieron lo que hicieron en su momento y ese momento no se va a repetir nunca más. Sencillamente porque los años sesenta quedaron detrás de los setenta y estos de los ochenta, noventa y estos detrás de nosotros. Aunque nuestra mente insista en saltar a otras décadas como si fuesen pistas de un reproductor de música, por su estúpida necedad de reconstruir el placer que conllevan las memorias, el hecho es que seguimos fluyendo en un constante hoy que debe de encontrar su propia voz, cara y manera de caminar.

Y en el presente solo veo fútiles intentos de reproducir lo pasado, de levantar de las cenizas las glorias de anteayer, de convertir la nostalgia en lo actual, en un destructivo revisionismo cultural y espiritual que no hace sino empañar y sofocar lo único que en realidad sabemos que existe: Hoy.

Sin embargo sigo escuchando los Beatles como siempre lo he hecho y parezco nunca cansarme. Creo que es porque reconozco constantemente en sus canciones, ese bravo espíritu de actualidad que parece haberse manifestado por última vez hace más de cuarenta y cinco años.


por David Cerqueiro

Publicado en El Universal el 21 de Marzo de 2010: http://www.eluniversal.com/2010/03/21/opi_art_things-we-said-today_21A3614935.shtml

martes, 23 de febrero de 2010

El jardín del vecino

¿Qué hace la gente con sus vidas después que le da la vuelta al mundo? Porque alguien que tiene la motivación de recorrer el mundo entero, y lo hace, es alguien que ambiciona experimentar y aprender cosas nuevas, y por alguna razón piensa que al final de todo eso hay algo más que vale el esfuerzo.

Si no ¿por qué se plantea recorrer todo el mundo? ¿por qué no le bastan, por ejemplo, solo tres cuartos del mismo? ¿por qué esa ansiedad de poseer la totalidad? Sin duda este tipo de gente debe sentirse un poco idiota después del viaje.

"El jardín del vecino siempre es más verde", dice un antiguo refrán judío. Y no solo el jardín, sino que su mujer está más buena, sus hijos son más simpáticos e inteligentes y su carro más nuevo. En resumen: el vecino es más feliz. Al menos eso le parece a la mayoría de la gente, y de esta incómoda sensación se desprende la aparentemente natural respuesta de querer más. Más y mejor.

En este "querer más" va incluida la necesidad inexecrable de lo nuevo. Porque lo nuevo estimula y fascina más que lo usual, que lo familiar que nuestra amoldada mente convierte en algo monótono, rutinario y ultimadamente muerto. No solo queremos más sino también tiene que ser novedoso. Con el tiempo, esta idea se convierte en una mentalidad y esta, a su vez con más tiempo, produce en sus complejas estructuras ciertos patrones de ambición, necesidades e intereses. Estos automáticamente se reflejan en comportamientos que llevan a cierta gente a cometer estupideces tales como planear en una agencia de viajes un crucero alrededor del mundo sabe Dios para qué.

Entonces ¿después de dicho viaje qué ocurre? Dicen que los astronautas después de que fueron a la Luna por pirmera vez, se someterieron a rigorosos tratamientos sicológicos para restablecer su "desinterés por la vida". Porque claro, alguién que se mató estudiando alguna ingenieria por varios años y después realizó estudios de post grado y doctorados, todos con una altísima excelencia académica de esfuerzo y tesón y mantuvo su estado físico y mental a raya por décadas para ser incluído, finalmente, en el ultra exclusivo grupo de los que van a la Luna, despues de ir allá para traer piedras y un poco de tierrita, debe sentirse como el niño al que le dicen que su tío Jaime, el alcohólico, es el Santa Claus de todos los años.

Al menos los astronautas tienen el consuelo de que el universo aparentemente es infinito, y a su ambiciosa percepción de la vida ahora es que le queda rato para saciarse y volver a comenzar. Como es usual con la ambición. Pero a los que, con aquella mentalidad, van a Asia y regresan después de tres meses, ahora estoy más que convencido, les debe quedar por dentro esa vocecita atorrante y amarga que les pegunta seiscientas veces al día: ¿cómo estará el vecino?

por David Cerqueiro






martes, 2 de febrero de 2010

51 días para Anabella

Te cuentan las horas y te cuentan las medias,

te crían con Samba y te acurrucan con Metal.

Tus padres cariocas te leerán novelas,

a veces en Brasileiro, a veces en German.


Porque vendrás a tierras heladas

donde no hay ni pandeiro ni Ipanema

y tu primera palabra

tal vez sea wetter.


Pero no importa preciosa

así vengas de sorpresa,

a esta extraña tierra

de personas inmensas,

el amor que te espera

no tendrá mesura

y tampoco tendrá lengua.


Porque tu madre solo anhela

viendo la nieve en la janela,

que se terminen los días

para que llegues dulce Anabella.


a Dago y Cinthia

por David Cerqueiro

martes, 26 de enero de 2010

Desnuda en sus perlas

Desnuda en sus perlas
voltea a mirarme
,
y no logro cansarme

nunca de verla.

Desnuda en sus perlas

me deja imantado,
y de un solo bocado
me provoca comerla.

Y no existe duda

que lo mejor de tenerla,
es admirarla desnuda
en su collar de perlas.


por David Cerqueiro

viernes, 1 de enero de 2010

Caracas

Después de más de cuarenta y cinco minutos de tráfico estático en una arteria principal de la ciudad, el Jazz Big Band de la emisora cultural y el aire acondicionado del carro nuevo, pero chocado, dejó de ser suficiente para escapar al agobio.

De todas maneras, ya me parecía ridículo seguir haciéndome de la vista gorda ante la pólvora del resentimiento social de una ciudad como Caracas escuchando Jazz pavoso. Ochenta por ciento de pobreza extrema en el cuarto país exportador de petróleo del mundo, y yo apreciando los matices del conflicto negro norteamericano a través de su historia musical con aire acondicionado. Ridículo.

Coloco el dedo en el gatillo de la ventana del conductor y pienso si será prudente bajarla y exponerme a los deliciosos 29 C° que están haciendo afuera, junto al índice de muertes por crímen más alto de Latinoamerica, la ola de secuestros, la basura, los mendigos y la excesiva contaminación sonora.

Bajo el vidrio y expongo mi vida por un poco de aire fresco y sol de verdad. En Europa, como todo el mundo sabe, no sale el sol. Y yo que allá vivo desde hace dos años y medio, trato de disfrutar el sol de Caracas lo más que puedo; así me cueste la vida.

Me pongo a pensar que en esta ciudad nacieron grandes genios de la historia, figuras mundiales que ennoblecieron la estirpe ambigua del género latinoamericano ante la tradicional mirada desdeñosa del viejo continente. Pienso que aquí en Caracas nace la gente cargada de una luz divina que no se ve en todas partes, y rápidamente subo el vidrio porque veo a un tipo raro que se acerca a pedir dinero y no me gusta la pinta que trae.

La cola avanza 10 metros. Un señor me tira su gigantesca camioneta Bronco y me corta el paso brutalmente, obligándome a frenar bruscamente o a chocarlo. Conozco a esos sujetos de grandes camionetas, armas de fuego y barrigas de embarazada. Dicen que son así porque tienen el pipí chiquito y les gusta compensar. Yo estoy de acuerdo. De todas maneras mis gritos violentos de frustración vial se ahogan en la privacidad de las ventanas cerradas del carro de mi mamá y no ocurre ninguna novedad.

Por fin entro a la autopista y observo una montaña llena de ranchos de la gente muy pobre e imagino como será vivir en uno de esos: Chozas de madera y láminas de zinc. Tenía tiempo sin ver ese paisaje. Realmente reflexiono sobre el asunto y logro ponerme en sus zapatos casi conmovido, pero inmediatamente otra camioneta me corta el paso y me forza a concentrarme en el salvaje tráfico. Pero esta vez era una Hummer manejada por un tipo mas gordo que el anterior. Pipí más chiquito.

Sigo manejando resignado y contemplo el majestuoso cerro el Ávila, patrimonio natural del país. Antiquísimo objeto de culto religioso de las culturas indígenas del pasado, centro de energía único en el mundo entero y, según los más atrevidos, base de operaciones de presencia extraterrestre. Una maravillla de la naturaleza. A la vez me cambio de canal lentamente para ir arrimándome dirección a mi casa y de repente, al entrar a un puente, lo usual: Más tráfico.

Esta vez parece ser más estático que el anterior. Ya llevo media hora de retraso a un almuerzo familiar y apenas estoy entrando a la autopista. En la radio suena Charles Mingus y el aire acondicionado empieza a enfriar de nuevo. Coloco el dedo en el gatillo de la ventana, veo el cielo azulísimo de la ciudad donde nací y pienso si valdrá la pena, otra vez, jugarse la vida de esta manera.


por David Cerqueiro