sábado, 10 de marzo de 2012

Conchita

No era la primera vez que Conchita era víctima de un secuestro, pero esta vez, por alguna razón, algo en el ambiente era distinto. Mientras la mantenían sentada en la parte trasera de su camioneta último modelo, con la cabeza entre las piernas, los malandros discutían nerviosos sobre a dónde llevarla, a la vez que escapaban a las afueras de la ciudad.

De los tres secuestradores, uno se sentaba junto a ella apuntándola permanentemente con un revólver y acariciándole el pelo -“No te vayas a poner a inventar, que nosotros lo que queremos es tu plata. Al menos que tú quieras otra cosa mamita.”- Le susurraba el secuestrador con un leve aliento a ron.

Conchita no paraba de llorar y los secuestradores no paraban de insultarla y de amenazarla de muerte. Después de golpearla, forzarla a entregar sus tarjetas bancarias, todas sus pertenencias y averiguar la ubicación del resto de su familia, los secuestradores decidían qué hacer con ella.

“La violamos, nos la quebramos y la tiramos en un monte en Guarenas”- propuso el conductor, quien no dejaba de observar a Conchita por el retrovisor. -“Eso es mucho paquete”- intervino el copiloto, quien parecía ser el líder del grupo. -“Quedamos en que solo veníamos por los reales. A la mami esta la dejamos botada en Mariches, que con esa pinta de muñequita no sale de ahí viva”-. Se reían los tres diabólicamente mientras se adentraban en los enredados caminos verdes que salían de la capital.

Conchita sabía que de aquella situación no saldría ilesa. Los secuestradores cada vez se ponían más violentos y el que estaba junto a ella no paraba de manosearla. -“Tranquila mamita que yo no te dejo solita por ahí”- le susurraba en la oreja cada vez más inquieto.

A Conchita le habían atestado un fuerte golpe en la frente y había sangrado mucho. Comenzaba a sentir un poco de náuseas, pero la intensa adrenalina del momento no le permitía bajar la guardia. Después de todo, Conchita siempre fue una mujer fuerte acostumbrada a tener el control. Había dejado la casa de sus padres a los diecisiete años para independizarse y había sacado sola tres títulos académicos. De las últimas doce relaciones amorosas que había tenido, todas las terminó antes de los cuatro meses por falta de “un no sé qué” como solía decir.

Conchita observaba disimuladamente, en la medida de lo posible, los movimientos de los criminales, el lenguaje que utilizaban, los gestos que hacían, la manera como la miraban. Aunque nada de eso era nuevo para ella, esta vez Conchita sintió verdadero terror.

Repentinamente detuvieron la camioneta en un relleno sanitario. El fétido olor de la basura podrida lo penetraba todo y los polvorientos zamuros, espantados por la camioneta, volvían enseguida al banquete interminable de carroña.

“Déjenme diez minuticos con ella a solas, que yo me encargo de despedirla”- pidió el conductor lascivo, a lo que el líder de la banda replicó -“¡Ya está bueno con la guachafita! La dejamos a ella aquí, con la camioneta sin llaves y nos vamos con el Sapo que debe estar por llegar. Con esta camionetota, y con la cara de malandros que tienen ustedes, nos caemos con los pacos en la primera esquina”- sentenció autoritario.

A los pocos minutos, Conchita los vio a todos montarse en una vieja ranchera color vinotinto e irse del lugar a toda velocidad y finalmente respiró ella un poco de calma. Le dolía mucho el golpe en la cabeza y casi no podía ver de lo hinchados que tenía los ojos de llorar. Al componerse un poco y detener el sangrado de la herida que le dejaron, Conchita repasaba en su mente la pesadilla que acababa de vivir. Daba gracias a Dios por seguir viva y por haber atravesado aquella experiencia relativamente intacta, a pesar de la horrenda situación en la que ahora se encontraba.

Sin embargo, al tratar de moverse de su asiento, Conchita notó algo muy raro de lo cual no se había percatado hasta ese momento: su ropa íntima y el vestido entre sus piernas estaban completamente empapados como hacía mucho tiempo, más del que Conchita hubiese deseado, no le había ocurrido. Ni con el más apasionado de sus amantes.

Una imperceptible sonrisa le iluminó el rostro y Conchita levantó la mirada confundida hacia la carretera de polvo que llevaba a aquel vertedero de basura.

Pero la vieja ranchera ya se encontraba lejos.


por David Cerqueiro R.


Publicado en el diario El Universal el día lunes 19 de marzo de 2012:
http://www.eluniversal.com/opinion/120319/conchita

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