martes, 28 de febrero de 2012

La madrugada de Humberto

A Humberto José le gustan las mujeres brinconas, el ron barato y las peleas sin sangre. Por unos principios en contra del sistema muy arraigados, nunca trabajó en su vida y de sus problemas siempre culpó a su tía abuela quien lo crió soltera.

Una vez, cuando se devolvía a buscar su cédula olvidada en un centro hípico de Plaza Venezuela, encontró a su compadre sin un zapato, muerto sobre una mesa de pool, con cuatro tiros en el tórax y con una cuenta pendiente por tres servicios de Whisky. Eran apenas las once de la mañana.

Lo positivo de Humberto José es que nunca perdió esa chispa infantil que lo hacía popular entre las mujeres. Se reía de los chistes con ganas y siempre daba crédito a quien se los había contado. Como amigo era relativamente fiel, siempre prestaba dinero y escuchaba incansable las borracheras lloronas de sus amigotes, pero su fidelidad solo duraba hasta que se atravesaba, entre él y su compadre de turno, una falda nueva.

Humberto José nunca votó en las elecciones porque “todos los partidos son la misma vaina” decía. Y nunca terminó el bachillerato porque “soy muy flojo pa’ estudiar” explicaba. “Lo mío es trabajar” remendaba siempre defensivo, aunque jamás nadie le conoció un empleo.

Su ética sobre el ecosistema, el mal vocabulario frente a los niños y el maltrato animal era intachable. Por esto algunos le decían El Monaguillo; “porque se las da de buen tipo” contaba un valet parking de un famoso puticlub del centro.

Humberto José ya se acercaba a los cuarenta años y su tía madre le recordaba incansable, todos los días, que enrumbara su vida. “¿Puedes creer que hoy mi vieja me vino a levantar a las diez de la mañana?” conversaba indignado con un amigo sobre una barra con pepitonas, mientras estiraba la cuenta fiada que aún le quedaba en ese bar. “Esto es el colmo ya” sentenciaba obstinado.

Humberto José era, pues, un espíritu libre.

Una madrugada, tempranito, Humberto José estaba recolectando dinero entre los que quedaban de sus amigos a esa hora, para comprar Whisky donde una viejita que a cualquier hora vendía clandestina cerca de aquel bar, siempre y cuando le regalaran, sin falta, un poco de marihuanita.

Repentinamente el cuidador del bar, un señor mayor de color negro oscuro con unas patillas que conectaban con un canoso bigote colorado de nicotina, y quien siempre mantenía bajo su silla de plástico una cabilla envuelta en mecate, les ordenó a todos que hicieran silencio mientras le subía el volumen a su radio AM.

¡Noticias de último minuto! Un grupo de militares se había alzado contra el gobierno de turno y habían intentado un golpe de estado. El palacio de gobierno se encontraba rodeado de tanquetas militares y nadie sabía bien cuál era el status de la situación. Las garantías se habían suspendido y nadie podía salir a la calle hasta nuevo aviso.

Humberto José escuchaba atento a sus amigos quienes especulaban sobre la inestabilidad del actual gobierno, sobre los antecedentes de aquellos militares y sobre quiénes eran los responsables de todo aquello. La atmósfera del bar se impregnó de charla política con un poco de miedo mientras se escuchaban sirenas de policía que pasaban por la avenida y disparos aislados a lo lejos.

La madrugada había cambiado su tono y la incertidumbre, como un bolero inédito, ganaba terreno poco a poco. Un compadre de toda la vida se le acercó a Humberto José y le preguntó qué harían ahora. Humberto José lo pensó por varios segundos, se ajustó el pisa corbata que le regalara su verdadera mamá de primera comunión y respondió:
“Traigan el monte pa’ la vieja, que yo de política no sé nada”.

Y salieron todos por la puerta.



por David Cerqueiro R.



Publicado en el diario El Universal el 5 de marzo de 2012: http://www.eluniversal.com/opinion/120305/la-madrugada-de-humberto

1 comentario:

  1. Anónimo1:36 p.m.

    Una "Cabilla envuelta en mecate", un "Bolero inédito" y una "Pepitonas". Para qué más, ya con eso se me hizo la mañana.

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