domingo, 30 de mayo de 2010

Mi equipo

No solo son el hombre y su mundo absurdamente insignificantes ante la vastedad del abrumador infinito que es el universo. No solo toda nuestra historia como humanidad, de procesos milenarios de evolución, de guerras, cataclismos y hallazgos, es equivalente a una fracción de la estela de la nada, en comparación con aquella parte del universo, minúscula aun sin embargo, que decimos conocer desde nuestra estúpida y primitiva sensorialidad y arcaica tridimensionalidad.

No solo nuestras mentes más inquietas y más poderosas se auto-aniquilan de facto, ante la mera idea de explorar la noción de la vastedad del imperio total de la naturaleza, en un derrumbe instantáneo y absoluto que no hace más que recalcar lo casi inexistentes que somos, lo ridículos y lo increíblemente innecesarios; incluso en la más micro de las medidas.

Sino, que aunada a esta aparente condena cósmica insistimos, con ahínco y con el poco albedrío autónomo que nos salpicó la creación, en fragmentar en pedazos, increíblemente más pequeños y proporcionalmente más absurdos, nuestra irrisoria especie.

Fabricamos telas de fibras de nuestra tierra, para después teñirlas con los colores del espectro de la misma luz que respira en la bronquia del padre universo y les llamamos banderas. Que porque ondean algunos metros más altas que nuestras cabezas, al golpe del viento de nuestra atmósfera, alimentan la destructiva alucinación generacional de que realmente representan algo.

Nos agrupamos en racimos casi bacteriales que llamamos culturas y de ahí pretendemos fomentar un orgullo excluyente y fragmentario, que no es más que la ilusoria impresión bioquímica de un basiquísimo y supra limitado mecanismo egóico que llamamos mente. Y aunque parezca aún más increíble, dentro de tales racimos creamos más sub grupos, los cuales niegan su pertenencia a cualquier otra cosa que no sean ellos mismos. Intentamos clasificar tales racimos por sus características obvias, como su color, forma y orígen, y cuando estas clasificaciones caducan desde la perspectiva del maleable tiempo, ya sea por sus naturales mutaciones o fusiones con otros racimos, preferimos destruirlos a todos y creamos lo que llamamos guerra. Porque no solo es nuestra actitud ante el infinito sicótica y venenósamente artificial, sino que además es inflexible, aislatoria e implosiva.

Así existimos, si a la pasajera presencia de tal irreducible escala se le puede dignificar con este término, en un tímido chispazo de luz tenue que delimita en sus extremos con inescrutable ceniza y, sin embargo, pretendemos durante ese brevísimo período, capturar y dominar el todo del que ni siquiera comprendemos cómo o por qué es que nos contiene.

Y a pesar de todo esto, un buen amigo se me acerca confiado, bajo la sensación de coherencia que le da su percepción de las cosas y con una ligereza casi conmovedora me pregunta: ¿A qué equipo le vas en este mundial de fútbol?


por David Cerqueiro

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