domingo, 6 de junio de 2010

El hombre más lógico del mundo

Había llegado la hora en que el sol se habría apagado para siempre, y mientras la humanidad se arrepentía histérica de su ceguera y desesperada se aferraba a los falsos Dioses, la noticia del apagón recién llegaba a los oídos del hombre más lógico del mundo.

Quedaban pocas horas para sentir los estragos del último claudique de nuestro sistema cósmico y la ciencia del hombre, como un niño perdido en un parque de atracciones, no supo sino rendirse ante lo inevitable. La oscuridad aún no se apoderaba del espacio, pero se sabía ya que venía en camino y el hombre más lógico de nuestro mundo observaba atento a todo lo que ocurría.

¿De qué valían ahora todas las preocupaciones del hombre? ¿Dónde quedaban la envidia, la vergüenza, el miedo, la soledad, el dinero, el placer y el orgullo? ¿Qué hacer y qué decir, y para qué? ¿Qué eran los seres queridos y los enemigos, las guerras y las razas, los complejos y los atributos en esta hora en que todo quedaría reducido al último soplo de las tinieblas? Todo esto cruzaba por la mente del hombre más lógico del mundo.

Las familias lloraban unidas arropadas por el miedo y la confusión, mientras reproches de toda índole se pronunciaban entre unos y otros buscando culpables o responsables; intentado aliviar la inaguantable carga de lo inevadible, sin lograr digerir lo real y últimadamente determinante de lo que ocurría.

Los medios de comunicación desaparecieron. Solo el ruido natural del vacío se escuchaba en los parlantes de las radios y televisores; los servicios colapsaron y solo volaba en el aire el olor de la pánica expectativa.

El hombre más lógico del mundo, solitario y ajeno al temor colectivo, observaba y razonaba en silencio. Su creencia en el orden lógico de las cosas hacía rato se había probado insuficiente para resolver “el problema”. Todas las salidas parecían, ante sus ojos, cerradas para siempre y la resignación resultaba ser el producto final de todas sus deducciones.

Recordó el hombre más lógico del mundo, todo aquello a lo que nunca prestó atención durante el transcurso de su vida. Recordó oraciones, ritos, costumbres que siempre fueron para él nada más que placebos y sugestiones que el hombre ilógico empleaba para calmar el ruido de su propia ignorancia; recordó opiniones absurdas de conocidos de días pasados, desdeñados por su tajante e insuperable lógica, las cuales nunca fueron dignas de más de un minuto de su escaso tiempo. El cual, por cierto, ya no importaba.

Por su mente se pasearon frases célebres de figuras históricas de la humanidad, que nunca representaron para él más que oportunistas cápsulas retóricas limitadas siempre por las circunstancias de su momento. Así, mientras más recordaba y observaba el hombre más lógico del mundo como todo se derrumbaba a su alrededor, más evidente era el resultado de su diagnóstico: No había escapatoria.

La oscuridad por fin hizo su aparición y un sublime y suave frío vino con ella. Se oían gritos de terror en las calles incendiadas, niños que lloraban angustiados y perros que ladraban afónicos ante la majestuosidad del regio fin.

Fue entonces cuando el hombre más lógico del mundo, sin saber por qué, cerró los ojos arrastrado por un impulso nuevo e irrefrenable y se imaginó la luz del sol que ya extinto había sentenciado la suerte de la humanidad. Pudo ver su fuerte luz blanca que percutaba sus propios pensamientos los cuales no paraban de cuestionar y juzgar la razón de todo. Él pudo verse a si mismo batallando hábilmente en contra de aquella luz, cálida y potente a pesar de no entenderla. Mientras veía, oía el llanto de la gente cada vez más lejos y cada vez más un ambiguo calor comenzaba a deslastrarle desde adentro. Sus pensamientos, cada vez más difusos, se atropellaban entre ellos y conformaban ya una deforme nube incoherente de palabras y recuerdos, de sueños e ideas que se quemaban lentamente ante el imposible brillo que parecía conquistarlo todo.Y después: silencio.

Más nunca se escucharon voces ni pensamientos. No se supo más del mundo ni de él mismo, ni de las gentes y sus ritos, ni de las guerras ni los genocidios. Más nunca se sintió frío, ni más nunca se sintió la gravedad, o el sueño, o la mentira, o la risa, o la calma. El movimiento del tiempo ya no traía consigo la inercía de su línea y el espacio ya no era aquel contenedor abstracto del cual todo se separaba. La luz era y con ella todo aquello que una vez dependió de ella, porque fue entonces cuando el hombre más lógico de aquel mundo ardió para siempre.


por David Cerqueiro R.

Publicado en el diario El Universal el 10 de junio de 2010: http://www.eluniversal.com/2010/06/10/opi_art_el-hombre-mas-logico_10A3991891.shtml

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