martes, 21 de mayo de 2013

Treinta caballos

Atender significa sostener firmemente, como por el mango, la impredecible realidad que a diario nos encara. Porque es en la atención donde se cuaja el concreto de la realidad. La realidad maciza, la que duele, la que anochece, la que cobra la renta, la que causa la guerra, la fiesta, el amor y la envidia.

Controlar la atención propia es tan difícil como amansar al mismo tiempo a treinta caballos salvajes. Pero vale la pena intentarlo. Y es cuando la atención se pone mansita, después de batallarla, que uno comienza a reconocer sus señales.

Uno lo sabe, cuando en la calle la gente lo mira a uno sin ningún motivo aparente. Cuando los perros abruptamente dejan de ladrar al cruzarnos. Cuando el agua callejera que nos salpica, sospechosamente no nos mancha. Cuando silbamos frente a los extraños y los hacemos tararear.

Pero la señal más clara y contundente es cuando los caballos ya no corcovean diabólicos, sino que uniformes galopan en un sereno y extrañísimo relinchar. 


por David Cerqueiro R.

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